¡¡¡HOLA, PUTAS!!! La reapertura de mi habitación está muy próxima. Espero que las zorritas estéis muy atentas, porque se avecinan cosas muy interesantes en la tercera temporada...

viernes, 29 de octubre de 2010

Capítulo 7: Pasajes a otro mundo

Disculpad mi desaparición repentina; pero es que estoy de viaje.

Resulta que descubrí que otro de mis amigos cumplía años el veintidós de octubre. “Jo... Si es que parece que todas las parejas se ponen de acuerdo para fornicar por las mismas fechas. De ahora en adelante, consideraré febrero y marzo como la época de apareamiento humano. Las olimpiadas sexuales”

Perezosamente agarré el teléfono y con mala gana fui dejando caer mi dedo índice sobre los diferentes agujeros de los números que deseaba marcar, y desplazando muy lentamente la ruedecita del teléfono mientras sostenía, con la otra mano y ayuda del hombro, el auricular. Esperé un segundo y comenzó a emitirse la señal. Resonando, de pronto, un fugaz ruido metálico inmediatamente seguido de una voz proveniente del otro lado del hilo:

- ¿Diga?

- ¡¡¡FELICIDADES JUANMAAA!!!- respondí con voz entusiasta.

Se trataba de un chico extremadamente espontáneo y muy divertido. Quizás sea, además de Dimas, la persona con la que más me alegra seguir en contacto tras la despedida de Hideki.

- Gracias Heather- rió

Parecía algo cansado; por lo que estuve a punto de preguntarle qué le sucedía. Pero en lugar de ello dije:

- Venga; prepárate, porque mi regalo de cumple será una excursión a la tienda de comics más grande de la ciudad.

- ¡GENIAL!- gritó, mientras yo me apartaba el auricular del oído, a la par que arrugaba mi perfecto rostro de manera inconsciente.

Sabía que esa idea le encantaría. Después de todo, le conocí en uno de esos eventos de animación japonesa con nombre de parte de camisa. “Que originalidad”.

Por mi misma no habría ido ni aunque me prometiesen todos los perfumes de Cacharel desde su creación hasta la actualidad. No me gustaban para nada esos dibujos ojigrandes y poco realistas. Pero a Hideki le vuelven loco; y por esa época aún no era capaz de hacer nada sin él. Así que, quisiera o no, me veía arrastrada a esos lugares infestados de frikis a más no poder. Disfrazados de ridículos personajes. Y, además, son tan poco originales que, por lo poco que me he informado, han de disfrazarse de personajes referentes a series extremadamente comerciales para aquellos que entienden del tema. No son capaces de vestirse de otros. Por lo que al ir a esos sitios se ven innumerables clones de un mismo monigote. Sintiéndose maravillosamente bien haciendo una cutre imitación del personaje en cuestión. “Dios… menuda vergüenza ajena pasaba esos días”.



Recuerdo una vez en concreto, precisamente él día que conocí a este chico, en la que me avergoncé tanto de estar allí en medio, que me arrimé lentamente al rincón más apartado de la zona. Junto al puesto de bebidas.

Pedí una Coca-cola Light. Pero como el “barman” me vio con cara de que, tras ese pequeño capricho refrescante, cometería un suicidio sin contemplaciones, extendió la mano, ofreciéndome, a escondidas, una botella de sake. Nunca lo había probado antes; de todos modos no suelo beber. Ya que es malísimo para la piel. Pero la situación lo requería, debido al alto grado de desesperación en el que me encontraba en aquel momento. Así que acepté la botella; pero antes de soltarla, el chico se puso su dedo índice en los labios como señal de que lo guardase en secreto. Pues las bebidas alcohólicas era algo que no estaba permitido en el evento. Por lo que debía ser discreta. Luego me explicó que se trataba de una bebida hecha a base de arroz fermentado. Así que, no sé por qué, pensé que no debía de ser tan fuerte. Por lo que no se subiría tan rápido como podría hacerlo cualquier otra bebida que contuviese alcohol.

Miré la botella y, de un trago, me tomé la mayoría del contenido. El chico abrió los ojos tanto que parecía que los globos oculares se le saldrían de un momento a otro; y con un gesto rápido intentó detenerme, sustrayéndome la botella. Pero ya era demasiado tarde. Porque tras una ráfaga de violentos ataques de tos, debido a la fuerza del alcohol, la bebida ya había hecho mella en mí. Y recuerdo, de una manera muy lejana, que me subí al escenario como pude, portando sobre la cabeza un bote de ramen vacío que previamente había sacado de la basura (mi pelo acabo oliendo a ternera y hecho un auténtico estropicio) y un mantel desechable a modo de capa. Cogí decididamente el micro y comencé a cantar, combinándolo con movimientos ridículos que, gracias a la borrachera, no puedo recordar con exactitud. La gente se arremolinó cubriendo el perímetro del escenario, atraídos por mi voz desafinadamente relajada, mientras se reían y me animaban a seguir. Luego me detuve unos segundos, y me desplomé súbitamente sobre la superficie enmoquetada.

Lo próximo que recuerdo es estar en un cuarto que tenía pinta de ser un almacén. Me hallaba tirada en el suelo polvoriento, rodeada de cajas y objetos irreconocibles, por el embalaje que les envolvía. Y un chico de complexión ancha, estatura media-baja, con gafas, intentando que recuperase la consciencia.

- ¡¿Estas bien?! oye…- decía con una tonalidad cargada de preocupación.

Su cara fue cobrando nitidez poco a poco. Dejando atrás la espesa bruma que me hacía ver su rostro como algo amorfo, completamente difuminado. Quedando ante mí el chico, disfrazado, con peluca rosácea, coronada con una diadema con orejitas de conejo, trajecito de princesa del mismo color que la peluca y una serie de accesorios que, a pesar de ser de valor joyeril cuestionable, le sentaban con mucho estilo.



- Sí…eso parece- decía con voz débil y molesta. Llevándome la mano derecha a la cabeza; pues la tenía tremendamente zumbada- ¿Cómo he llegado hasta aquí?.

- En cuanto quedaste inconsciente, la gente empezó a perder el control. Yo me subí al escenario y te cargué en brazos. Como conozco al encargado le pedí que abriese el almacén para estar lejos del bullicio de ahí fuera, para que te recuperases mejor. Has tardado una hora, y poco más en recuperar la consciencia. ¿Se puede saber que has tomado?.

- …s… solo un poco de sake…- hablaba entrecortadamente por el fuerte dolor de cabeza que tenía.

- Un poco. Sí, ya…- dijo con incredulidad.

- No grites, por favor. La cabeza me va a estallar.

Tras esto, hice un pequeño esfuerzo por levantarme, muy mareada. Pero enseguida sentí como algo me tiraba del estomago hacia arriba. Y el esófago se me dilataba de una manera casi automática.

Intenté llevarme la mano a la boca, para retener el vomito que parecía querer salir a toda costa de mi interior; pero ya era demasiado tarde. La sensación pudo más que yo, y vomité encima del traje del pobre chico.

- Lo… lo siento. Yo…- decía avergonzada-…yo puedo arreglarlo. ¿Cuánto quieres?- metí la mano en el bolso, en busca de la cartera.

- ¡Uuuf!... No pasa nada…- dijo con cara de enfado contenido mezclado con resignación.

- No sé que me ha pasado…

- A juzgar por el olor del que se ha quedado impregnado mi disfraz, yo diría que te has tragado una buena cantidad de sake. Eso explica que estuvieras montando aquel follón ahí fuera.

- ¡Oh…no… ¿Fue mucho?!- preguntaba alterada dentro de los marcos que el dolor de cabeza me permitía. Mientras el chico me miraba con una cara que reflejaba la increíble incredulidad que intentaba suavizar.

- Venga ya… Yo creo que esto saldrá en todos los medios de comunicación. Mañana, en lugar de dedicar un espacio al reportaje referente al salón, dedicarán el doble a ti y tu momento en el estrellato como cantante algo pasada alcohólicamente ablando- rió- es lo que a la prensa le interesa. Y, ¿para qué engañarnos? Al público en general.

- Vale, vale. Vaya ánimos… deberías ser psicólogo ¿sabes?- aclare con un deje sarcástico.

Levantándome, con su ayuda, tras haber desechado parte de la sustancia, le di la mano a modo de saludo. La situación no daba paso a un mínimo comportamiento cortés y no habíamos podio presentarnos. Además, la cosa no estaba como para darle un beso. Pues, apuesto a que mi aliento olía a un desagradable O’ de bilis.

- Gracias por todo. Me llamo Heather.

- Yo me llamo Juanma. Pero hoy soy Usagi princess.

Lo miré con algo de desprecio imperceptible; resultaba ser un friki más de los que se acumulaban de puertas para afuera, una vez saliéramos del almacén. Pero ante todo, me había ayudado. Así que, de una forma u otra, me encontraba en deuda con él.

- Vaya… em… ahora que me fijo, sí que es un bonito vestido.

- ¿A que sí? Lo he hecho yo mismo, remodelando un antiguo vestido de princesa- la cara se le iluminaba al hablar- Este personaje es exclusivamente mío. De mi propia creación- anunció orgulloso.

“Era como una versión travestidamente pedófila de las chicas de portada Playboy”

- ¡Uuuh!- emití falsa sorpresa- es… Eso resulta fascinante- esbocé una sonrisa prehistórica.

Después de aquello, salimos a escondidas, camino hacia los baños del establecimiento. Procurando que no nos viesen: yo, para evitar que la gente me preguntase y me viese con la mala cara que llevaba. Y así evitar quedar como la borracha del salón para la posteridad, convirtiéndome así en una leyenda urbana que se contarían los futuros predecesores de los frikis actuales. Y Juanma, para ocultar la mancha que mis jugos gastricos le habían dejado en el vestido.

Llegar hasta nuestro destino fue toda una odisea. Ocultándonos y yendo con precaución. Los baños no parecían surgir nunca ante nosotros. Se encontraban extremadamente lejos desde el epicentro de la actividad pseudosnipona. “Como para que a alguien le entrase un apretón y no llegara a tiempo…” en cierto modo fue lo que esperé que sucediera. Ya que sería lo único que eclipsaría mi actuación ridícula. Siendo reemplazada, y cayendo en el más absoluto de los olvidos. Pero no. No sucedió.

Al llegar, tratamos de limpiar el vestido de Juanma, y disimular el olor del que había quedado impregnado. Luego, me lavé la cara. Tras esto me maquillé un poco y me retoqué el cabello. “siempre llevo mi set de maquillaje en el bolso. Es un consejo que doy. Una nunca sabe a que imprevistos se ha de enfrentar, y mantener una imagen siempre inmaculadamente perfecta requiere de continuos retoquitos”

De esa manera tan desastrosa, fue como conocí a ese niño tan cómico. ¿Quién me iba a decir a mí que me amigaría con un miembro de la especie fricosa que tanto trataba de evitar, y que tantos años después sigamos estando tan unidos. Hay que ver como vuela el tiempo”

Pasé a por Juanma, en la limusina y nos dirigimos a la tienda de comics americanos, manga y anime más grande de toda la ciudad. Y mientras él era literalmente absorbido por esos dibujos tramados en blanco y negro, yo pululaba por ahí sin enterarme de nada. Observando al prototipo de persona que solía frecuentar esos lugares: sexo varón, la mayoría, gordos, granudo, con gafas, pelo largo, con las puntas florecidas y una cantidad ingente de grasa capilar sobre su diminuto cuero cabelludo. Me dio la impresión de que esta gente no hace más que pasarse días y días encerrados en su habitación, comiendo sin parar, con un nivel de higiene ínfimo y leyendo comics a la vez que tienen reproduciendo algún capitulo de alguna serie anime. Me imagino que sus habitaciones serán una especie de maqueta de vertedero. “Oh… por favor… salvadme”

Mientras me encontraba en medio de una serie de pensamientos ligeramente grotescos con relación a los clientes de la tienda, sentí unos golpecitos en mi hombro izquierdo. Al volverme encontré a Juanma de pie, junto a mí, con una cara que transmitía tanto brillo de felicidad, que inconscientemente fruncí el ceño.

- ¡¡¡MIRAAA!!!- me pegó tanto el comic a la cara que llego hasta mi el delicioso olor a nuevo- he conseguido el tomo dos mil cuatrocientos noventa de Sakura card captor y un poster magnífico de sailor Venus, edición limitada. ¡SOY FELIZ!- concluyó.

El manga, al igual que el anime, me resultaba pesado precisamente porque los tomos tomos y episodios, respectivamente, son interminables. Y no porque cada capítulo tenga un argumento interesantísimo e imprescindible para el desarrollo de la historia, sino porque ocurre exactamente lo contrario. Están plagados de material de relleno que no tienen nada que ver con el hilo argumental clave. Además. Hay que añadir que estas series y tomos los forman dibujos que distan mucho de lo que pueda asemejarse a un ser humano normal: Sus expresiones, actos, comportamientos y posturas no son humanos. Simplemente estúpidos. Quieren introducir tanta comedia, que lo joden.

- Vaya que bien. Has tenido mucha suerte- dije de manera que no se notase mi extrema falta de interés.

Cuando acompañé al chico a pagar los artículos adquiridos, que pretendía pagar yo a modo de regalo de cumpleaños, pude ver un cartel pegado en el mostrador que ponía:



A mí no me resultaba atractivo, pero era el cumpleaños de Juanma, y él adora el manga y ese país en su conjunto.

- Oye Juanma…- dije sin apartar la mirada del dependiente. Que se encontraba al otro lado del mostrador.

- Dime- contestó con voz aún eufórica, con los ojos clavados en el poster de la tipa esa.

- Espérame un momento aquí. ¿Sí?

Tras esto me dirigí hacia el mostrador. Pero el hombre salió de detrás de la mesita de madera y se dispuso a ir hacia la trastienda. Por lo que me obligó a cambiar mi rumbo. Siguiéndole hasta introducirme, detrás de él, en la zona restringida.



- Hola- mi voz sonó muy descarada, ahora que lo pienso.

- ¿Qué haces aquí? ¿No sabes leer?- parecía haberle afectado más de lo normal. Ni que escondiese allí un cadáver- el rótulo de la puerta dice claramente: solo personal.

Ignoré sus palabras y proseguí:

- Me he fijado en que estáis sorteando un viaje a Japón… Bueno no voy a entrar en detalles. Porque ya sabes a que me estoy refiriendo. Parece ser un acontecimiento muy popular, a juzgar por los chillidos que produce la gente de ahí fuera- y era verdad. Al entrar en la tienda, nos habíamos fijado en la gran marabunta que esperaba sin comprar nada. Y nos preguntábamos qué era lo que aguardaban- El caso es que yo quiero resultar ganadora por encima de todo. Y me he dado cuenta de que aún no ha empezado- dije fijando mis oscuras pupilas en la caja de bolas.



- Así es- ya parecía acostumbrado a mi presencia en el lugar. Debió de darse cuenta, por mi desparpajo, que, por mucho que insistiese, no tenía la intención de marcharme de allí sin haber logrado mi objetivo- la rifa consiste en que cada participante debe comprar un boleto de estos- me enseñó un carrete de boletos separados por microcortes, de color naranja, con el logo de la tienda- cada uno de los boletos otorga al participante a introducir la mano una vez, sacando una bola. Así pues, cuantos más boletos se compren, más veces se podrá introducir la mano. Y por tanto, mayor es la probabilidad de ganar.

- Comprendo…- dije con voz tramadora. Y me dirigí hacia la mesa en la que reposaba la tentadora caja. Cuando llegué a su altura, me apoyé en ella suavemente, mientras la usaba para producir ruiditos con la punta de los dedos, y proseguí- ¿No…existe la posibilidad de llegar a un acuerdo en cuanto al premio? Supongamos que yo soy la primera de la fila de participantes. Y, por casualidad,- aquí me permití especial énfasis- consigo extraer la, tan codiciada, bola dorada- le guiñé el ojo.

- Señorita. ¿Usted está intentando sobornarme?

- No, no, no- me di prisa en contestar. Pero sin perder el descaro y la tranquilidad de mi voz- No me ofendas, por favor. Consideremos que es solo una reventa de pasajes, con un sugerente interés añadido. Con esta oferta conseguirás aún más beneficios que con la simple venta de boletos No la puedes rechazar. ¿No te parece?

Mientras decía esto busqué en mi bolso la cartera. Y saqué de ella cuatro relucientes billetes de quinientos euros y dos de cien. Abanicándome con ellos posteriormente.

- Vaya. ¿No hace calor aquí?- me regodeé

Como era de esperar, el vendedor fijó, inmediatamente, la vista en los billetes “el dinero lo consigue todo”. Sonrió ampliamente, pero, tan pronto como había aparecido la sonrisa desapareció de su granudo rostro.

- Esto tiene que tener algún truco-analizó la situación- una chica tan joven no puede llevar tanto dinero en efectivo en el bolso. ¿Cuantos años tienes?, ¿veintitrés, Veinticinco? Y por otra parte, nadie da tanto dinero, empeñándose en ganar un sorteo de una tienda normal y corriente- dudó.

- Primero; ¿por qué te tengo que dar explicaciones yo a ti de cuanto dinero tengo en mi poder? Segundo; a una dama no se le pregunta la edad. Es muy descortés por tu parte. Además de que no pienso contestar. Y tercero; si no lo quieres demuestras ser un necio.

Me dispuse a irme. Pero el me detuvo. “Ya lo tenia todo previsto. La psicología inversa siempre funciona”.

- Sin embargo, no he dicho que no lo quisiera- dijo mientras yo me volvía hacia él- Pero, por curiosidad, ¿Por qué alguien tan rico tiene que sobornar a un humilde vendedor de comics, si puedes ir por ti misma a comprar los billetes de avión?

- La respuesta es simple: Porque la persona a la que se los quiero regalar cumple hoy años, y no aceptaría que se los comprase directamente. Pero si los “gano” en un sorteo, no podrá negarse. A mí no es que me haga gracia viajar a ese país… Pero como a él sí, pues hago todo esto.

Sin decir nada más, se dirigió a la caja y saco todas las bolas negras que, simbolizaban la perdida de la oportunidad comprada. Y dejó solamente la bola dorada en su interior.

Me acerqué a él y le di los billetes.

- Salís hacia Japón, esta noche en el vuelo de las diez. Toma- me dio un boleto- Si no tienes ninguno podrían sospechar. Los billetes de avión te los daré en cuanto saques la bola, ante todo el mundo. Cuanto más real, menos se fijará la gente.

Tras este pequeño arreglo por mi parte, el chico cargo la caja en brazos y salimos a la parte delantera de la tienda. La gente ya hacía cola. Y yo me acerqué a Juanma.

- ¿Dónde has estado? ¿Por qué te metiste ahí dentro?- decía extrañado.

- Tranquilo solo fui a comprar un boleto- dije enseñándoselo.

- ¿Boleto?

- Sí. Fíjate en el cartel. Hoy hay un sorteo. Y si ganamos nos iremos a Japón

- ¡Buah! Pero en eso nunca se gana.

Me reí, cogí a Juanma de la muñeca y nos colocamos los primeros de la fila.

- ¡ATENCIÓN!- gritó el vendedor- da comienzo el sorteo.

Juanma intentó decirme algo pero le mandé guardar silencio porque el dependiente me había ofrecido meter la mano en la caja tras haberle mostrado el boleto.



Para sorpresa de todos elevé la bola dorada. Para que todos pudieran verla. Mientras Juanma decía, entre murmuyos de gente que decían que la rifa estaba amañada:

- ¡HAS GANADOOO!. ¡NO ME LO PUEDO CREER!. ¡DE VERDAD NOS VAMOS A JAPÓN!

A las 21:35 ya estábamos pasando el control del aeropuerto, con todas las maletas ya facturadas. Hacia la puerta de embarque. Tuve algunos problemas con la hebilla del cinturón de D&G. Pero no hubo mayor complicación.

En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en los asientos correspondientes. Y pocos minutos después. Sentimos despegar el gran pájaro metálico.

- ¡ALLÁ VAMOOOS!- Gritamos los dos.

A pesar de no ser un destino que me entusiasmara, no se porqué. Pero me invadió una emoción extraña. Ahí estábamos. Rumbo a la tierra del sol naciente.

Perdonad chicos, pero aún me quedan unos días en tierra nipona y estoy usando un ordenador del hotel. En cuanto llegue a casa os contaré el desenlace. Hasta entonces… ¡Sayonara!.



La Moraleja de hoy es: “A veces una pequeña mala acción procura la felicidad de varias personas”

lunes, 18 de octubre de 2010

Capítulo 6: Un cumpleaños inolvidable

Hoy ha sido uno de esos días que hacen historia a pesar de no hacer acto de presencia en los libros de texto. Hoy, día 18 de octubre, recibí un aviso en Facebook bastante sorprendente: “LOL, hoy es el cumpleaños de Dimas”. Era algo que se me había olvidado por completo. Lo cual, es algo ilógico; pues él y yo somos eternos enemiamigos. Incluso teniendo en cuenta que es uno de los pocos eslabones que aún me unen al asqueroso de Hideki. Pero hay que reconocer que me veo incapaz de cortar por lo sano con esta personita de estatus social mediocre. Como todos los del mundo hideniano; pues me atrae de una manera extrañamente placentera el discutir cada noche con este ser. Es un hecho divertido, me hace sentir viva y orgullosa de ser tan desagradable. Porque, después de todo, el arma utilizada en nuestras contiendas es la tan hiriente y ágil verborrea que nos disparamos el uno al otro salvajemente. Es una espiral interminable de “tumejodesyotejodo”. Salí de casa con la intención de comprarle un regalo rápido. Ya que pensé en regalarle una botella de vino que alguien trajo a casa, y que se había quedado bajo el fregadero. De estas de una cosecha mala. “¿Desde cuándo estaría allí y quién me la había regalado?, ¿o era de papá?...a saber”. Pero tras meditarlo profundamente, a pesar de que he tratado de ignorarle, le conozco muy bien. Después de todo, nueve años tienen bastante peso por si mismos. Y, quiera o no, he ido conociendo poco a poco su forma de ser. Por ello sé que la botella de vino picado sería un presente inadecuado para él. “En realidad lo seria para cualquiera…” Así que me dirigí al paseo comercial. Que contaba con un surtido bastante amplio de tiendas donde poder mirar. Además podía aprovechar y mirar algo para mi también. El interés mueve este mudo. Primero entré en Armani “demasiado elegante”. Luego Nike, Adidas…”demasiado barriobajero”, Lee “demasiado hippie”… “ay Dimas, ¿es que no puedes ser más simple? Así no hay quien te regale” Harta de pulular por la calle peatonal adoquinada, sin encontrar algo que me encajara con ese chico, estuve a punto de desistir y presentarme donde él con una caja de calzoncillos XTG. Pero de pronto quedó ante mí, en un callejón que no parecía tener salida, una tienda tímida y discreta; como si se escondiese del resto de transeúntes. Me acerqué y entré despacio. Se trataba de una tienda de artesanía que vendía cosas realmente exquisitas: Desde porcelana al horno, con esmalte, pasando por madera tallada con increíble precisión y hierro forjado, dando a las creaciones un alo portentoso y elegante, hasta ropa realmente envidiable. Sin embargo parecía no ser una de esas tiendas demasiado transitadas. Debía tener ya su lista de clientes exclusivamente fijos. Lo que consiguió entusiasmarme más aún. No tuve que llegar hasta el mostrador; pues una chica de tez morena y rasgos hindúes depositaba una vasija de barro cocido en uno de los estantes. Parecía ser ella la que regentaba el establecimiento. - Hola. Me llamo Aruna. ¿Te puedo ayudar en algo?- su peculiar acento y su nombre dejaban bien claros ya la procedencia de la chica. Sumando también sus rasgos genéticos. La chica parecía agradable, aunque bestia demasiado hipienta. “No te has equivocado de época, viajera del tiempo? Deberías lavarte más a menudo el cabello. Lo tienes extremadamente grasiento. ¿Sabes lo que es el champú con acondicionador y una buena mascarilla nutritiva?”- bromeé pensativa. - Sí… Verás, ando buscando un regalo para… Antes de que acabase la frase sonó mi teléfono móvil. Así que, disculpándome, salí a la calle, un segundo, a atender la llamada. Desde que descolgué comenzó a oírse una voz metálica con ruido ambiente muy fuerte. Supuse que, al igual que yo, se encontraba en la calle. Solo que en una más cercana a la carretera. - Oye… ¿Tú sabías que hoy es el cumple de Dimas? Inconfundible. Solo una persona podía ser de aquella manera tan directa, y saltar con tal rapidez al grano, sin un cortés saludo previo. Se trataba de Porilunga; una chica bastante interesada. Que solo tiene en cuenta a los demás cuando estos les resultan útiles para conseguir los fines que ayudan a llenar su insulsa vida. Además era una manipuladora nata, que tenía su fiel séquito de esclavos. Conformado por su perrito faldero Topanga y un chico completamente pasota y anulado por los manejos de Porilunga, llamado Valerio. Este trío se hallaba fuertemente unido por las lágrimas de porilunga. La jefaza. De no ser porque me hallo dentro del círculo de esta tipa y me salpica toda la porquería que suelen contener los diferentes globos en cada situación en la que nos reunimos, cuando estos explotan en la cara…la admiraría. Pero como desgraciadamente formo parte de su ambiente, pues no siento admiración alguna. Ya que me toca de cerca. - Sí. Lo sé ¿Qué pasa con eso?- respondí agresiva. Pues a mí no me iba a pasar por encima como lograba con los demás. - Es que Topanga y Valerio han tenido la idea de hacerle una fiesta sorpresa y claro… necesitamos que tú seas el cebo que lo traiga hasta casa. De ti no sospechará, ya que eres una de sus mejores amigas- ahí estaba. Por eso me requerían. Y, además, estaba claro que la idea se le había ocurrido a ella, no a los otros dos. - Pero… es que yo ya tenía planeado estar con él por la tarde y luego volver a casa… - ¡Pensé que éramos tus amigos!- comenzaba a gritar y sollozar, sacando sus más potentes artimañas de manipulación- ¡No nos puedes hacer esto! - Está bien…- me resigné. No porque pudiera conmigo, ni mucho menos, sino, simplemente, porque no había pensado en nada más interesante que hacer con Dimas. Y al menos allí podría comer algo aprovechándome de la situación- A las seis nos vemos entonces. - ¡NO!. Mejor a las siete- Imponía sus deseos por encima de todo. Habían de hacerse las cosas tal y como ella pretendía. Ya no soportaba más su voz. Así que le colgué de golpe, sin despedirme. Exactamente lo mismo que cuando ella omitió el saludo, pero a la inversa. Y volví a introducirme en la pequeña tienda, en dirección a Aruna. Que, esta vez, se hallaba esperándome tras el mostrador. - Perdóname. Estos móviles nos hacen la vida más difícil. Y eso que han sido creados para justamente lo contrario. - Lo sé. Yo no tengo. Trato de vivir con la menor cantidad de cosas materiales posible- sonrió. “Esta chica debe llevar una vida más aburrida que la de una tortuga boca arriba” - Pues te decía que estoy buscando un regalo para un amigo, al que es muy complicado regalar. Llevo toda la mañana en busca de algo que encaje con él, y no hay manera…- suspiré. - Tranquila. Seguro que encontramos algo que le vaya. Comenzó a sacar prendas y objetos que no me acababan de convencer del todo. Pero reconozco que la chica lo trabajaba. Solo le faltaba el acompañamiento del tema principal de “Pretty woman” de fondo. Finalmente, cuando ya me veía entrando en un chino comprándole Bionucleo (la copia china de Bionicle), en un estante escondido vi una caja que contenía algo que estaba segura que le encantaría. - ¿Y eso?- dirigí la mirada hacia la caja, señalándola con un gesto de mi cabeza. - No te lo había mostrado porque pensé que era demasiado infantil. No se si fue la llamada anterior. Pero estaba algo cabreada y el hecho de que me tuviera allí todo aquel tiempo enseñándome cosas inútiles, pudiéndome haber enseñado eso desde un principio hizo que reventara: - Para llevar un negocio tienes que ser más avispada. Pareces inepta. Tráemela inmediatamente. La chica adoptó una expresión de enojo que le hacía llamear intensamente la mirada. Pero no dijo nada, y se dirigió a la caja que le había exigido. Sacó su contenido delante de mí, le di el visto bueno y volvió a introducirlo. “Pobrecilla. Es una chica reprimida. Pero bueno, así son las cosas. El cliente siempre tiene la razón y paga por un servicio prestado. Por lo que hay que mantenerlo satisfecho”. - ¿Quiere que se lo envuelva para regalo?- El tono de voz pasó de alegre y jovial a apagado y seco al instante. Marcando la distancia pasando del trato de “tú” al de “usted”. - Gracias- dije alzando la cabeza para darme más importancia. Satisfecha con mi compra me dirigí, horas después, a casa de Dimas en limusina. Pues ya había aprendido la lección sobre el cuidado especial que hay que tener en los autobuses. Y Lázaro no podía acompañarme porque tenía no sé que. Cuando llegué toqué suavemente el interfono. Tuve que esperar unos minutos a que el chico contestase. - ¿Si?- resonó con tonalidad musical. - Hola Putilla. Soy yo - Hola zorra. Espera que bajo. - Vale pero no tardes demasiado. “Es que vives en un vórtice temporal más lento que el de las personas normales Dimas…ains…” Al abrir la puerta, de la oscuridad surgió un chico de tez blanquecina, figura escuálida, melena alborotada y barba. - ¡¡¡¡FELICIDADEEEEEEEEES!!!!- dije corriendo hacia la puerta. Lanzándome bruscamente en sus brazos. Le cogió por sorpresa así que no mantuvo el equilibrio y tras uno de mis estruendosos gritos, que resonó por todo el hall, nos precipitamos contra el suelo. - …Hola Memmer…¿Qué tal? - ¿Tú que crees?. Sabiendo que te queda menos para morirte estoy algo mas feliz- reí- por cierto, veo que el óvalo sigue aumentando. Señalé, mientras aumentaba la carcajada gradualmente. La risa se vio truncada por un fuerte pellizco que me propinó en la parte media del brazo. - ¿Qué te he dicho sobre mencionar esa cosa?- su tono se volvió sombrío y espeso. - ¡JODER. Me vas a dejar mrca! - Pues cállate. - Vaaaale. Oye venga que hay que darse prisa - ¿Porqué? ¿A dónde vamos a ir? - Ahhhhh… Es una sorpresa- No era ninguna sorpresa en realidad. Pero si le decía que íbamos a casa de Porilunga no iba a querer ir. La cara pareció iluminársele. Subimos a la limusina y emprendimos el viaje hasta el quinto pino. Cuando ya se divisaba la casa, era demasiado evidente y Dimas se dio cuenta: - ¿Qué hacemos en casa de Porilunga? Sabes que no me gusta venir- bufó. - Tú espera a entrar- Le insistí. Aunque, a decir verdad, ni yo tenía idea de qué era lo que le tenían preparado aquellos tres. - Si no hay más remedio… Como era de esperar, Topanga nos abrió la puerta y saludó con una de sus clásicas tonterías infantiles. Yo la miré sin expresión y pasamos dentro de la propiedad. Pero nos metimos en el garaje. No en la casa “Dios mío… estos van a montar una fiesta sado”. Pero al prenderse la luz vimos a Valerio y Porilunga. Mientras los tres gritaban: - ¡SOEPRESAAAA!. El ambiente estaba algo cargado. Parecía que en aquel lugar no habían entrado hacia ya un par de años. Realmente ya comenzaba a arrepentirme de encontrarme en aquel sucio espacio. Miramos y pudimos apreciar un tacaño agasajo compuesto por dos paquetes de patatas fritas, una botella de fanta, otra de pepsicola y una bolsa de gominotas. - ¡Hola Dimaaaas!. ¿Te gusta?- lo hemos preparado para ti. Porque todos somos muy buenos amigos. ¿Verdad que sí?- dijo Porilunga acercándosenos a paso ligero, con notable hipocresía. Después de una hora hablando de temas banales y comiendo lo poco que allí había, entre grandes lagunas de silencio, Dimas me dio un golpecito con el codo y me hizo señales para marcharnos de allí con la primera excusa que se nos ocurriera. Pero antes de que pudiésemos llevar a cabo nuestro plan, las luces se apagaron y el lugar fue inundado por un silencio sepulcral. - !¿Qué coño pasa aquí?¡- grité. Pues de esos tres me esperaba cualquier cosa. Pensé que habían usado el cumpleaños de Dimas como excusa para alguna cosa de las suyas. Pero a los pocos minutos una lucecita se dejó entrever a través del cristal de la puerta. Y con una desafinada versión de la clásica canción de cumpleaños feliz se abrió. Llegando hasta Dimas la silueta de Porilunga con lo que parecía una tarta de cumpleaños. “Vaya… al final van a tener un detalle y todo". Pero no se debe vender la piel del oso antes de cazarlo. Porque en cuanto Dimas pidió el deseo y apago la vela, se volvió a prender la luz. Descubriendo, para nuestra sorpresa, que la tarta era un pene gigante de chocolate. La típica tarta de despedida de soltera. Todos comenzaron a reírse mientras Dimas y yo nos miramos con desconcierto. Nos pareció algo de muy mal gusto para una fiesta de cumpleaños. Pero por si eso no fuera suficiente, al rato apareció Topanga con una botella de malibú y otra de ron. Y los tres empezaron a beber animándonos a que los imitásemos. Veinte minutos después, el alcohol los había dominado por completo, mientras Dimas y yo resultábamos ser meros espectadores de tan lamentable visión desde un rincón de la estancia: Porilunga comenzaba a contar con voz ebria una historia de amor roto entre ella y un tal Álvaro, Valerio se había acabado ya la mitad del malibú y Topanga se hallaba tirada en el suelo, durmiendo. Dimas insistía en que nos marchásemos, pero yo quería ver el resultado final de todo aquel embrollo; así que tras bastantes intentos de convencimiento por mi parte, logré retenerle más tiempo sentado en la mecedora. Cinco minutos más tarde, Topanga ya se había incorporado y se unió a Porilunga. Chupando a dúo el glande de chocolate, con sus lenguas mariposeantes, mientras, a duras penas, se mantenían en pie. Valerio sorprendió a Porilunga por la espalda y comenzaron a besarse suciamente bajo la cansada mirada de Topanga. Esto ya era mucho más de lo que mi refinada educación podía observar y me levanté sigilosamente tirando de la muñeca de Dimas. Pero parecía que no estaban del todo idos, porque sus miradas se clavaron en nosotros: - A…onde…vais?… vení aquí…- decían los tres, con la voz vagueante por la borrachera que llevaban encima. En cuanto vimos que se acercaban a nosotros zombificados, a paso lento, cual borracho de la calle, salimos corriendo de su alcance. Ellos salieron al exterior pero nosotros ya estábamos en el interior de la limusina. Apuré a Peter, el chofer, para que arrancase. Y dejamos atrás a aquel grupo de borrachos, llorando. Nos metimos tan rápido en la limusina que la bolsa con el regalo se cayó en el asiento vertiendo su contenido. “Menos mal que estaba empaquetado”. De la bolsa salieron dos entradas para un concierto de un grupo nuevo, que tocaría a las ocho y media. Debió de ser la dependienta de la tienda, que promociona al grupo con cada compra. Había salido tan prepotente que ni me había fijado en que las metió. Miré el reloj y aún eran las ocho. Estábamos de suerte. - Oye Memmer, ¿qué es eso?- miró la bolsa con inquietud y pupilas brillante. - Nada. Lo sabrás en su debido momento. Como diria Rigan….”a su tiempo”- reí- Por ahora vamos a ese concierto, ¿sí?. Dimas se encogió de hombros y asintió. Al llegar al lugar había muchísima gente haciendo cola para entrar. Y la zona era bastante ventosa. Nuestros pelos se volvieron literalmente locos, mientras avanzábamos hacia la puerta del local, muy lentamente. Cuando ya estábamos a punto de penetrar en el establecimiento, una voz que nos resultó muy familiar resonó medianamente lejos: - ¡Chicos! ¿Qué tal estáis?. Era Asunwood, nuestra antigua profesora de instituto, que al parecer había salido de la farmacia, tras comprar un potingue de baba de caracol para los granos de su nieto. Según nos explicó. Nos dio dos besos a cada uno, se alejó unos metros, y se giró nuevamente para darnos un beso volado. Al hacer esto el tiempo se ralentizó produciendo que la acción se realizara en cámara lenta. Su ropa cotidiana se transformó en un conjunto elegantísimo, con sus correspondientes complementos, la gente que formaba la cola desapareció, siendo reemplazada por una multitud de paparazzis que inundaron el ambiente con sus flashes, ella fue iluminada por un foco que no sé de donde coño salió, y de fondo se escucharon silbidos y aplausos. Todo esto duró tan solo unos segundos. Al instante en el que ella se volvió para adelante, para proseguir su camino, todo volvió a la normalidad. Fue bastante extraño. Aún no logro explicarme como sucedió. El concierto no estuvo mal, pero yo me esperaba más intensidad. Tras haberlo disfrutado, cogimos de nuevo la limusina. Rumbo a casa de Dimas, al fin. Pero antes de llegar hicimos una leve paradita. Yo me bajé unos minutos, mientras el chico esperaba impaciente en el coche. Y no era para menos. El día de hoy estaba siendo demasiado extraño para él. Y el cúmulo de tan diferentes emociones experimentadas en tan poco tiempo comenzaba a florecer. A la media hora o así ya estábamos en su cuarto, y él me mostraba las diferentes cosas que su familia le había regalado. Al momento se pegó a su amado ordenador. Pues le habían regalado uno de los juegos que más ansiaba tener, y no podía esperar un segundo más en enseñármelo. “Creo que estabas deseando llegar a casa ¿eh?”. Se trataba de la última versión de Touhou. Uno de los juegos nipones más famosos. Y se lo había regalado su hermano por un pedido expreso por Internet. Me pareció un juego de lo más desabrido. Solo se trababa de ir esquivando bolitas todo el rato, para así avanzar de nivel e ir descubriendo la historia de un puñado de niñatas agresivamente insolentes. “Es que estos japoneses sacan jugo de todo”. Dejé al sucedáneo de ikicomori, enganchado a la pantalla pixelada, unos segundos y me dirigí a la cocina. De pronto aparecí con una bolsa azulada, de estas de pescado congelado, a modo de lazo y seis escobillas de bater en la espalda. Y, a Dimas, le puse por sorpresa, una bolsa de las de SPAR, también en la cabeza, donde había pegado un cordón de zapato de color rojo. Y como toque final le pegue una patata frita en forma estrella en la parte delantera del gorro-bolsa, y lo arrastré a la cocina. - ¡Venga! Yo seré la tipa esta tonta del hielo, y tu la chinoide comunista- Grite riéndome. - Em… La tonta del hielo es Cirno. Y la chinoide, como tú dices, es Hong Meiling. y no es una comunista. Es una guardiana. De pronto le tiré un puñado de cubitos de hielo del congelador, mientras el trataba de explicarme cada una d ellas. - ¡¡¡¡COMIENZA LA BATALLA DE BOLAAAAS!!!! Había puesto una cara de loca que no tenia nada que ver con la carita dulce del dibujo que yo representaba. Pero lo importante es que Dimas se animó, y comenzó así una gran pelea de cosas raras con risas y alegría de fondo. No quería que su día se estropease después de vivir el episodio en casa de Porilunga. Es por eso que lo llevé al concierto. Y desde que vi que le gustaba ese extraño juego, decidí simularlo. Pues es mucho mejor lo real que algo computerizado. ¿No es así?. Cansados ya, y yo con los pies descalzos, pues me tuve que quitar los tacones del jaleo que montamos en la cocina, usando la encimera y la mesa como fuertes de protección, subimos nuevamente a su habitación. Cuando ya estábamos sentados en la cama, saqué de la bolsa un pequeño pastel, con unas velas. Antes de llegar a su casa nos detuvimos frente a una pastelería. fue por eso por lo que me bajé. Quería que tuviese su momento especial. Así que encendiendo las velas, le alargué el pastel. - Adelante. Pide tu deseo- sonreí Dimas quedó algo sorprendido. Lo cual era normal. Pero yo quería que tuviese un buen día después del mal trago que le hice pasar. Así que después de aquello, todo lo que pudiese gustarle, me parecía una muy buena idea. Cerrando los ojos, la personita mediocre sopló la vela y el humo se elevó rápidamente. Dejé la tarta a un lado de la cama, aplaudí y le hice entrega, por fin, del tan esperado regalo. - Espero que te guste Dimas sacó rápidamente el paquete de la bolsa y lo desenvolvió con tal velocidad que apenas pude verle las manos, difuminadas casi totalmente por el movimiento fugaz. Cuando ya tenía el presente ante sí, al descubierto, tardó unos segundos en reaccionar. Me asusté un poco, por si la fascinación le había causado un shock irreversible. Pero pronto empezó a dar votes de alegría. Y me obsequió con un fuerte abrazo. E incluso apareció el ototo con el que me llevo peor de todos. - Hola ¡BUBLE! - Es Mumle- decía Dimas, con voz de pito, moviendo los dedos índice y pulgar a modo de boca, mientras el resto de dedos se arqueaban hacia arriba simulando un ojo. - ¡CALLATE, BUBLE!- reí cogiendo el dedo corazón de Dimas y haciéndolo para atrás. Ya que, según él, es la única manera de matar a un ototo. Mientras Dimas gritaba usando la tonalidad aguda; como si fuese Mumle quien estuviese sufriendo. "cómo estaría Mumle con gorro de cumpleaños y matasuegra?"- pensé dejando escapar una risa leve. El regalo se trataba de un gorrito invernal con carita de foca arpa y una bulusa blanca con un corazón azul, simulando el hielo, que rodeaba la huellita de este animal. Era un pack especial en donde venían estas dos cosas. Perteneciente a una organización canadiense en contra de la matanza de focas para la fabricación de abrigos y calentadores. Me explicó que se había quedado mal porque pensaba que el gorro estaba hecho con piel de foca, pero que al ver el logo de la organización y leer el rotulo gigante en letras negras que ponía: 100% SYNTHETIC, fue demasiado bueno. - Gra… Pero antes de que pudiera agradecerme nada le había estampado el pastel en la cara. - De nada, putilla- reí a carcajadas. Poco después de que Dimas se lavase la cara, me despedí de él. Pues ya eran más de las 23:15. Ya era hora de que la fabulosa Heather se retirase. - Disfruta de tus útimos tres cuartos de hora- le guiñé el ojo mientras cerraba la puerta de la limusina. Y alejándome de aquel lugar veía como Dimas agitaba la mano, despidiéndose con entusiasmo. “Feliz cumpleaños Dimas”- sonreí para mí misma. La moraleja de hoy es: "Todos tenemos derecho ha un día especial de cumpleaños. Por muy enemiamigos que seamos”

sábado, 9 de octubre de 2010

Capítulo 5: Un encuentro inesperado

He descubierto que he llegado al límite en cuanto a víveres en casa. La nevera estaba completamente vacía y la despensa solo contenía un paquete de pan de molde mohoso y un triste bote de leche condensada cortada. “Vaya… la vagueza me ha hecho no darme cuenta de que la comida se agotaba. Tendré que ir al súper a hacer la compra. Que diversión…”

Salí desganada de casa, rumbo a la parada de bus; sé que soy tonta por no ir en la limusina. A veces pienso que se malgasta el dinero, con el mantenimiento tanto del chofer como del coche. Puesto que mi padre se pasa media vida fuera del país y yo casi ni la uso. Pero… es que, a pesar de ser como soy, me gusta tomarme mi tiempo a solas; ya sea paseando o en bus como pretendía hoy. Ya se sabe que en medio de una multitud es donde más sola se siente una. Así puedo pensar. Y eso, a su vez, me ayuda a no sentirme tan vacía.

Arrastraba los pies por la calzada, mientras cada vez me encontraba más retraída en mis propios pensamientos; la ciudad cada vez me parece más frívola. “¿Sería yo un prototipo más de esta comuna conformada por una sucesión de clones adinerados?”. Con esta pregunta dándome vueltas a la cabeza incesantemente, como perro intenta morder su cola, giré lentamente la esquina. Dándome la sensación de que mi sombra era una mancha de petróleo que se movía con retraso, con respecto al cuerpo que la proyectaba.

Mis ojos divisaban, por fin, la parada de autobús. “Por favor, tendré que ir en un vehículo tan viejo y usado, con una aglomeración de gentuza a mi alrededor hediendo a sudor fuertemente y sin poder evitar olerlo. Pues la masa compacta de personas me empujaría hasta que mi nariz y boca quedasen completamente adheridas a la axila de la persona contigua a mí; o gente tosiendo, catapultando millones y millones de sus diminutos gérmenes por el interior de la mole en forma de gusano metálico, viciando el aire de tan reducido espacio, con las ventanas cerradas, mientras el llanto de los niños me taladra el cráneo hasta llegar a mi cerebro, produciéndome una matanza excesiva de mis tan delicadas neuronas. Teniéndome, además, que sentar en uno de esos asientos de plástico, sin saber que clase de culos han reposado anteriormente en ellos. Quizás hasta con incontinencia gaseosa. O en el caso de tener que ir de pie, tendré que agarrar uno de los ganchitos estos que ayudan a no desequilibrarte con el movimiento. A saber donde han estado a priori esas manos que antes lo han tomado. Me imagino a un hombre que tenga el desagradable acto de rascarse los testículos continuamente o, peor aún, masturbarse sin que le siga la saludable acción de lavarse la o las manos a posteriori”.



La avalancha de atrocidades que me vino a la cabeza con relación a donde en breves momentos me subiría, me paralizó paulatinamente, aminorando el paso. E, inconscientemente, me llevé la mano a la boca como un rápido acto-reflejo. Pues un repentino ataque de nauseas me sobrevino de repente.

Finalmente mis pies quedaron totalmente inmóviles, a pocos metros de la parada. Y me retiré dos pasos hacia atrás. Con la mano aún en la boca y la frente perlada de sudor frío; mientras mi mente era atacada continuamente por desagradabilísimos flashes de lo que yo pensaba que podía encontrarme allí dentro. “¡Oh…¿Por qué tendré que ser tan a lo “yo”? No podía coger la cómoda, reluciente, aromatizada a pino montés y libre de gérmenes limusina…Heather, tenías que aferrarte a la idea de coger el bus con todo este rebaño de plebeyos, por la necesidad de estar un rato a solas con tus absurdos pensamientos. La gente bien como tú no necesita pensar. Lo tiene todo. Incluso podrías pagar a alguien para que pensase por ti”. Pensando esto, aquella pregunta que me había formulado antes de llegar a la parada, quedo completamente respondida “Me es indiferente ser un prototipo clonado más de la sociedad de las altas esferas. Yo no me subo a esa cosa. Soy demasiado bonita y ya me están empezando a salir granos por estar cerca de gente tan fea…”

Cuando regresé al mundo físico, fuera de mi mente, me di cuenta de que había bastante gente con rostros que reflejaban un desconcierto absoluto, con sus respectivas miradas clavadas en mi excelente persona.

- Pobre chica… ¿Qué le pasará? Que mala cara tiene…- murmuraban.

Cuando me había girado, dispuesta a regresar a casa, en busca del confort que ofrecía mi bien pagada limusina, una moto se abalanzó rápidamente, viniendo en sentido contrario al que yo me dirigía. Asustada grité y me tiré al suelo, desviándome de la trayectoria que la bestia metálica seguía. La masa de transeúntes, asombrada en todo su conjunto, acudió en mi auxilio.

- ¿Está bien, señorita?- me preguntaba con tono preocupado un señor bastante mayor.

La gente rodeándome me producía una sensación de agobio algo pesada. Pero he de reconocer que me encantó ser el centro de atención de tantos.

- Sí…gracias…creo que sí- dije mientras me levantaba con un impulso de mis piernas. Los tacones de los Manolos no me ayudaban demasiado precisamente…- mi bolso… ¿Dónde está?- Aún estaba algo aturdida.

El bolso de Chanel nuevecito, se hallaba sucio y mojado en un pequeño charco, contiguo a la acera donde me encontraba yo, que parecía salir de una alcantarilla que había justo debajo. Además todo su contenido estaba desperdigado por doquier.



- ¡Oh, no… mi Chanel. Lo había conseguido a mitad de precio, sobornando a la dependienta con un surtido de la nueva lencería de la colección de otoño de papá…- me lamentaba mientras lo cogía goteante de tan húmedo asfalto y recogía mis pertenencias con ayuda de los desconocidos transeúntes que se ofrecían a reunirlas. Supongo que la desesperación de una chica guapa al bordillo de la acera es irresistible. Y sí. Ya sé que sobornar no es jugar limpio. Pero tampoco lo es que me hayan reducido el limite de las tarjetas de crédito… es más bien un caso de necesidad. Más que una mala acción.

El motorista homicida, que casi casa mi muerte de manera prematura, con lo necesaria que resulto yo al mundo, no se había marchado furtivamente para evitar las consecuencias. Había tenido el descaro de permanecer en el lugar del “casi crimen” sin el menor reparo.



Tras recoger mis cosas y dar hipócritamente las gracias a esos desconocidos pobretones, me acerqué decidida a ese maniaco. Que aun se hallaba sobre la moto. Ahí estaba: la figura esbelta, impasible, corpulenta, de espalda ancha. Vistiendo un par de conberse all star, vaqueros negros de Tommy Hilfiger, blusa de Lacoste y una cazadora de cuero, también negra. “Para ser un salvaje, he de reconocer que gusto sí que tiene, el mandril este”.

- ¡TU!, ¡¿ESTAS LOCO?!, ¡¿CÓMO SE TE OCURRE TRATAR ASÍ A UNA DAMA?!

La figura no dijo nada durante unos segundos; luego resonó una voz retenida por la envoltura que ofrecía el casco.

- ¿Una dama?, ¿dónde?- miró a todos lados y de nuevo posó su mirada en mí. A pesar de tener el casco aun puesto, que lo mantenía en el anonimato- no la veo por ninguna parte. ¿Y tú?- rió.

- ¡Pero, como te atreves! Primate superdotado…- mascullé de mal humor. Ya había tenido suficiente con que hubiese intentado atropellarme, como para que luego, encima, se las diese de machito insolente.- hay que tener una mínima pizca de educación cuando se habla con una persona. Uno debe descubrirse y darse a conocer, ¿sabes?

- Perdone miss elegancia…- dijo con un deje irónico.

- Y otra cosa- le interrumpí ya furiosa- no tienes la suficiente confianza como para darte esas libertades conmigo. Así que…

- Eh, eh, eh…- imitó mi anterior acto y poniendo su dedo índice, enguantado, sobre mis labios prosiguió- tengo la confianza que me otorga el hecho de haber vivido un lamentable episodio de mi vida con una chica histérica, que no sabe disimular y que tira porros a cabezas ajenas, convirtiéndolas en fogatas andantes- dijo quitándose al fin la cobertura de la cabeza- ¿no te parece?- sonrió.



No me lo podía creer. Me dejo boquiabierta el descubrir de quien se trataba en realidad. Era el chico porreta; con el que días atrás había forcejeado para quitarle un perjudicial porro.

- …¡¿Tú?!...pero…

- Te vi desde lejos y decidí saludarte.

- Querrás decir matarme- le espeté con enfado.

- Solo quería darte un sustillo y animar esa viducha aburrida que llevas- hizo una mueca burlesca.

- Mi vida está muy bien, gracias. O sea, primero me haces pasar un mal rato en clase con más tensión de la que puedo soportar, luego me quemas con el puto porro, le quemo el pelo a un pobre chico y ahora… ¡¿has intentado matarme solo para saludarme?!- Mi voz aumentaba de manera gradual. Pero como la gente que observaba la escena, también había sido testigo del atropello fallido, supongo que veían normal mi estado alterado.

El chico, ya en tierra firme, hizo unos ruiditos con la boca, mientras movía el dedo índice de lado a lado, frente a mí.

- Recuerda que aún estamos buscando a la damita que, dices, hay por aquí…- rió fluidamente.

- Pero serás… ¿qué damita, ni que leches?...

Me abalancé sobre él. El bolso estaba mojado; por lo tanto ya era inservible. Así que aprovechando que el asa aun se podía utilizar, se la pase rápidamente por el cuello y apreté con fuerzas. Sí, lo sé. Este tampoco es digno comportamiento de una chica de sangre azulada. Pero es que la arrogancia es algo que me puede. Aquí solo puedo serlo yo.

- Mira niñato… soy una dama. Pero tampoco voy a dejar que se rían de mí. Sigue por este camino y mandare a alguien para que te cortare tu minúsculo órgano reproductor antes de que sepas utilizarlo diestramente… ¿comprendido?- susurre. Mientras le apretaba más con el asa de cuero cien por cien.

- Para, para…Vale- reía entrecortadamente; medio asfixiado- Vaya… la gatita ha sacado sus garras tirando del dinero de papi. ¿No es así?- decía frotándose el cuello, aun con tenue carcajada.

Le mostré nuevamente el asa del bolso con cara desafiante. Y el hizo una señal conforme con la mano que le quedaba libre.

- Está bien; perdona mi descortesía. Por cierto mi nombre es Lázaro. Mucho gusto; y ¿tú, gatita? Eres…

- Lo de gatita sobra. Encantada. Soy Heather.

El chico fue a dame dos besos, pero preferí mantener cierto distanciamiento. Después de todo no le conocía… así que le extendí la mano indicándole que deseaba darle un apretón en lugar del beso. El chico sonrió, me estrecho la mano y dijo:

- Vaya… una “dama” como tú, con dosis de lesbianismo

- …ains…- suspiré

Ya le iba conociendo y sabia que por muy furiosa o mosqueada que me pusiera. Seguiría con sus bromas. Así que opté por resignarme.

- Y ¿a dónde ibas antes de tan fortuito encuentro?

- Pues… tengo que ir a hacer la compra. Y pensaba en coger el bus, pero…

- Ya. No me imagino a alguien como tu cogiendo el transporte público. No lo digo por nada… solo que, estando acostumbrada a las comodidades que tienes… el bus no es precisamente un paraíso. Pero tranquila. No preguntare la razón de la elección. Si quieres te llevo- dijo sacando otro casco del compartimento de debajo del asiento de la moto y ofreciéndomelo estirando el brazo.

No pude evitar sonreírle. A fin de cuentas resultó ser un buen chico. Me pareció que me comprendía, por alguna extraña razón sin conocerme de nada. No me entusiasmaba ir en moto, sobre todo por el pelo. Tanto por el viento como la presión del casco. Pero, bien mirado, era una idea mucho más sugerente que el bus. Así que acepté. Y poniéndome el casco, recogiéndome mi Vintage, y pasando mis brazos tímidamente por la cintura comenzamos a recorrer el camino hacia el súper mercado más cercano.
Al llegar, saqué del Chanel echado a perder una lista de la compra, con la tinta corrida. Y haciéndome con un carrito comencé a llenarlo con las cosas necesarias, mientras Lázaro me seguía con otro. Ya que estaba allí me aproveché y quise que me ayudase.

Cuando ya casi tenía todo lo que necesitaba Lázaro me propuso algo que me retrajo a lo más profundo de mi algodonosa infancia:

- Súbete, venga- sonrió haciéndome señales para que me montase en el carrito.

- ¿Estás loco?-reí- eso es una infantilidad. Además nos arriesgamos a que nos llamen la atención.

- La Heather victoriana se cree demasiado adulta como para disfrutar. ¿No es así?. Eres demasiado conservadora para ser tan joven.

- No es eso…

El chico me sonrió una vez más y yo se la devolví.

- Está bieeeen- y diciendo esto me subí.



Me empujo velozmente, mientras me reía y extendía las manos al aire. Realmente no sé como lo ha hecho pero me he sentido como renaciendo. Sin peso, ni problemas. Solo el ahora. Ligera, como si me hubiese comido un camión repleto de maltesers. Pero cuando más feliz y distraída me sentía, él soltó el carrito y me precipité, gritando, sin poder detener el carrito contra una pirámide construida a base de paquetes de pañales.



Salimos corriendo de la zona, cogiendo los carritos y yendo a la caja. Yo me enfadé con él, como era de esperar. Cuando iba a pagarlo todo, el me agarró la muñeca, como señal de que no lo hiciera. Y de su cazadora saco lo suficiente en efectivo.

- Cóbrese de aquí lo de la señorita- sonrió.

- Pero… yo…

- Tsss... tómatelo como una galante disculpa por lo del carrito.

Y guiñándome un ojo, comenzó a meter los productos en las bolsas.

De vuelta a casa, me dejó junto a la verja de la entrada. Y me dio las bolsas que habíamos adquirido. Le sonreí

- Gracias por…

Pero antes de que acabase, él se me había adelantado y me dio un delicado beso en la mejilla. Marchándose a lomos de su moto, seguido por el zumbido que esta produce. Y antes de que se difuminase por completo en el horizonte de la calle dijo:

- Hasta pronto gatita. Nos veremos en clase. Y no te afiles tanto las zarpas.

Esto me cabreó muchísimo. Pero a la par me sentía bien… no sabría explicar por qué. Pero creo que a partir de ahora trataré de conocerle más.

Y entrando en el jardín, oí su característica carcajada perderse en la lejanía.



La moraleja de mi día de hoy podría ser…. “A veces… las personas que peor te caen pueden ser los que mejor te comprendan”.

domingo, 3 de octubre de 2010

Capítulo 4: Un fantasma en el desván

Nunca me había pasado algo semejante. Realmente ha sido un día similar al domingo pasado. “¿Es que nunca dejaran de pasarme estas cosas?”

Antes de ayer por la noche, al acostarme, comencé a oír ruidos bastante extraños que provenían del desván de la casa. Pero hice caso omiso; pues achaqué el motivo a dos o tres ratoncillos que andaban jugando por ahí. “Mañana pondré trampas para ratones en los rincones clave. No puedo permitir que una colonia de sucios roedores merodeen por el desván. Ahora son controlables… pero ¿Qué pasaría si llegasen a procrear? Esto se convertiría en un mar de asquerosos bichos con colas; serían de casi el tamaño de un gato”- Al pensar esto en mi cara se dibujó una expresión de total repugnancia. “Está decidido. Acabaré con esos pequeños invasores”.

Al día siguiente las coloqué, y decidí darles tiempo a que hiciesen su tarea. Hasta la mañana de ayer, que subí para comprobar si realmente las trampas habían resultado eficaces; porque a pesar de todo, seguía escuchando esos incómodos ruidos. Pero también es cierto que escuché como saltaban las piezas metálicas de las trampas. Así que no le dí mas vueltas al asunto.

Subí los peldaños de madera con una inusual inquietud; tenía una extraña sensación de morbosidad, deseosa de encontrarme a esos pobres mamíferos aplastados, muertos completamente o agonizantes, bajo la implacable pinza al tratar de alcanzar una triste porción de queso. Que había servido como cebo para llevarles hasta tan trágica muerte. Ciertamente me sorprendió el que yo fuese capaz de tener esos sentimientos tan grotescos. Me detuve un segundo, pensé, me encogí de hombros mientras sonreía y continué ascendiendo.

Tras abrir la puerta del desván quedó ante mí el gran cuarto desordenado y polvoriento, repleto de trastos. “Debería instar al servicio a que limpiara también esta parte de la casa. Es vergonzoso que se les pague a una pareja de sirvientes y que exista una zona de la casa en semejantes condiciones. Así una no puede vivir placidamente”.



Aquel que entrase y empezara a sacar las cosas que allí se hallaban confinadas podía, perfectamente, reconstruir mi vida completa. Desde el momento de mi nacimiento hasta el día de hoy. Fotografías, juguetes y demás eran un rastro claro de mí existencia. Cosa que no me apetece remover, porque de reconstruir mi vida también lo estaría haciendo con la de Hideki. Y ciertamente no es algo que me apetezca recordar. Mis días de prisionera han acabado; perecido tras estas puertas de doble hoja. Y así se quedarán. Ahora trato de mirar lo menos posible hacia atrás, y disfrutar al máximo de mi vida actual. Sin él.

Al recorrerme los puntos donde había colocado las ratoneras, descubrí que sí que habían saltado. Pero en ninguna de ellas se encontraba el cuerpo de la víctima, ni el cebo. “Esto no me puede estar pasando a mí… ¿Por qué me da la impresión de que estos estúpidos ratones son más listos que yo? No voy a dejar que me venzan”.

La idea de que pudieran ser traviesos roedores dejó de tener validez justamente esa noche. Cuando comencé a escuchar voces inquietantes a modo de susurro, provenientes del cuarto elevado.

Mis nervios estaban ya a flor de piel y comencé a barajar posibilidades más místicas. Como la de que esa habitación fuese el hogar de un pequeño Casper. “O quizás no tan pequeño, ni tan bueno”- Pensé, tapándome con la colcha completamente.

-He de ponerle remedio a esto inmediatamente.

Esta mañana, al despertarme, tomé un bocado rápido; pues estaba insólitamente nerviosa debido a esos ruiditos extraños, similares a pasos de acá para allá, con un cuchicheo constante de fondo. Y me aventuré a subir nuevamente al foco del misterio:

-¿Hola? Caspeeer no te voy a hacer daño. Yo te puedo ayudar- decía delirantemente emocionada.

Yo ya estaba del todo convencida de que se trataba de un fantasma; y además de condición buena y adorable.

Di un paso adelante y el suelo crujió. Logré contener un grito mudo, y el corazón en su sitio correspondiente, y me hice hacia atrás. En ese preciso Instante algo viscoso y con algo que parecían ser múltiples tentáculos me atacó por la espalda. Dí un respingo involuntario, y grité agarrándolo fuertemente, pasándolo por encima de mi hombro, hasta tenerlo de frente.

-Vaya…maldita fregona…- Estaba puesta del revés y había perdido estabilidad con mi golpe de talón. Por lo que cayó irremediablemente sobre mí- ains… pero que tontería. No debería estar tan tensa. Esto me está superando. Tengo que hacer algo que realmente me asegure que puedo estar tranquila.

Tras bajar las escaleras se me ocurrió una idea descabellada. Pero… a tiempos complicados, medidas complicadas.

Cogí las llaves de casa del platito de la repisa y salí lentamente. Camino a la tienda de ocultismo más cercana.

Al principio me dio algo de cosa entrar en ese edificio con aspecto avejentado y una gran entrada pintada de negro, con un inmenso cortinaje de terciopelo rojizo, que actuaba de barrera para la vista, entre lo que había en el interior de tan tétrico lugar y la calle.



Con algo de temor me aproximé, y tenuemente temblorosa aparté, con la mano derecha, la cortina. Dibujándose frente mí un amplio local de color negro y luces violáceas y verdosas. Con el techo acristalado, con una reproducción muy fiel de las constelaciones más reconocidas. Ciertamente quedé perpleja ante tan espectacular decorado.

Caminé con precaución entre estanterías iluminadas llenas de artículos extrañamente curiosos. Mirando hacia todo lugar. Sin percatarme de que cada vez estaba más alejada de la entrada.

Cuando llegué a lo que parecía el mostrador, me encontré con una sñora de avanzada edad y atuendo pintoresco.



-¡Oh! Jovencita, Madame Cosmo ya sabe lo que desea tu inexperta alma…-dijo llevándose los dedos índice y corazón a las sienes y cerrando los ojos. Mientras yo la miraba con indiferencia- hay un chico que te gusta, pero…no sabes como atraerle- Salió del mostrador y comenzó a caminar hacia uno de los estantes iluminados de violeta- para eso tengo algo perfecto- dijo alargando el brazo y cogiendo unas velas- estas velas junto con una foto suya le atarán a ti…-hizo una pausa breve- para siempre- concluyó con tonalidad tenebrosa.

- Pero yo…

- O quizás en los estudios- me interrumpió- ya se sabe que las que tienen las facultades en el físico… poco tienen de cerebro- masculló- lo que necesitas en ese caso es…

- ¡CALLATE VIEJA!-grité- primero; con mi cuerpo y belleza natural puedo atraer a quien se me antoje sin necesidad de potingues extraños. Que a saber con que realizas las mezclas. Capaz y te orinas en ellas. Y segundo; soy lo suficientemente lista como para andar por la vida sin nada más que la ayuda de mí misma. Lo único que he venido a buscar es un tablero de Ouija.

Estaba tan ida con mi pequeño discursito de amor propio, que cuando me quise dar cuenta la cara de Madame Cosmo se había cuarteado hasta su más extrema posibilidad. “Pobre mujer. Debería replantearse seriamente un tratamiento intensivo de botox”

- ¡Como osas dirigirte de ese modo a la gran Madame Cosmo. Es algo que no había sucedido desde los albores de mi iniciación en el mundo místico! Aquí tienes tu maldito tablero. ¡Y vete de mi tienda!.

Tras pagar lo que le debía de mala gana, volví sobre mis pasos hasta llegar a la entrada. La mujer me había seguido hasta la calle. Y cuando me hallaba considerablemente distante de la tienda oí a mi espalda:

- ¡Yo te maldigo, niña. Siento unos calores internos que me dictan que morirás mañana!

- Si, ya… esa es tu querida amiga menopausia. Que ya te viene a visitar- dije en alto para mí misma, mientras reía.

La loca había salido a la calle con aquellas pintas y me gritaba desde una gran distancia. Apelando a la atención de los transeúntes y provocando su detención para mirarla. “Pero que vulgaridad por favor!”.

Al llegar a casa cerré la puerta principal con llave, eché todas las cortinas, y busqué con ayuda de una linterna, unas velas para utilizar. Solo me quedaban unas en forma de conejitos “Supongo que servirán. Pero a saber desde cuando están esas ahí”

Subí con una sensación de miedo por las escaleras que conducían al desván. Con la linterna prendida en una mano y con las velas, el mechero y la Ouija, en la otra. Dentro de la bolsa de la tienda de Madame Cosmo

Una vez arriba. Prendí la luz, y los tres focos iluminaron la estancia desde el techo. Me dirigí hasta una mesa de madera labrada, llena de polvo, soplé para limpiarla un poco y puse la Ouija encima con las velas encendidas a ambos lados. Respiré hondo, posando la yema de los dedos sobre el puntero. Y cerrando los ojos dije:

-Pequeño Casper, si estás aquí manifiéstate. Te recibo con los brazos abiertos. Te puedo ayudar….

Repetí esto varias veces, y luego guarde silencio. Nunca antes me había parecido tan espeso. La tensión de la atmósfera que me rodeaba se podía cortar con un cuchillo. “Y ahora, ¿qué debería hacer?”.

Al segundo de susurrar esto explotó uno de los tres bombillos de la lámpara, produciéndose una lluvia de cristales sobre mí.

-¡Mierda. Sé que estás ahí. Sal ahora mismo, espectro babeante de plasma!.

Trataba de hacerme la valiente pero la verdad es que el miedo había dominado cada partícula de mi maravilloso cuerpo. Así que dejé todo tal y como estaba y bajé lo más rápido que pude las escaleras, arrastrándome por el suelo.

Esta noche me metí en la cama lo mas calmadamente que me fue posible. Pero nuevamente volví a escuchar esos insoportables ruidos. Pero, ya era superior a mí. Decidí armarme de valor y subir para deshacerme de una vez por todas de de ese cáncer para la casa.

Me envolví completamente de pies a cabeza con plástico de burbujas para embalar, dejando la franja de los ojos y la nariz libres. Tipo Ninja. Y me armé con una aspiradora portátil y subí las escaleras. “Es increíble lo que puedes aprender viendo los caza fantasmas”.




Pegue una patada a la puerta; porque la adrenalina me hacía sentir como una del trío de los ángeles de Charlie, aunque el plástico no me dejaba moverme con soltura. La puerta se abrió de golpe, dándose contra la pared. Y mientras prendía la luz, encendí la aspiradora apuntando hacia enfrente.

- ¡Prepárate, porque hasta aquí podíamos llegar!- Grité.

Pero la visión que apareció delante de mí era mucho más grotesca que un fantasma. Era una pareja de vagabundos que se hallaban fornicando como conejos al lado de una de las ventanas. Debieron de haber utilizado el árbol para colarse en una ocasión en la que la ventana estaba medio abierta y desde entonces han entrado todas las noches a cobijarse.

Pegue un grito enormemente grande de la impresión; y ellos también al verme vestida como iba, mezclado con el pudor que debían sentir en el momento. El grito fue tan sonoro por ambas partes que el eco resonó por todo el vecindario. Las luces de otras casas se encendieron, y los perros comenzaron a ladrar. No tardaron en salir vecinos a la calle:

- ¡¿Pero que es esto?, cállense!

- Sí, eso. Algunos intentamos dormir. Que trabajamos mañana, leches.

- ¡¡¡¡FUERA DE MI CASAAAAA!!!!- Ya yo no era dueña de mí y sudaba de manera descontrolada, debido al exceso plástico que me rodeaba.

Los ocupas salieron tan deprisa árbol abajo que se olvidaron por completo de que estaban desnudos. Siendo objeto de impresión, ya no solo de mí, sino de todo el vecindario.

La calle se lleno de voces alocadas mientras yo tiraba las prendas por la ventana. Y alguien se había molestado en llamar la policía desde el momento del grito. Así que dos coches patrulla, con las sirenas activas no tardaron en aparecer.

La pareja fue arrestada por exhibicionismo y allanamiento de morada. Vi como los esposaban mientras un agente les tendía una manta por encima, y los vecinos rodeaban el coche en el que se subieron.




Bueno al menos estoy tranquila, porque no haya sido un fantasma, y porque al menos ahora tendrán un techo y comida diaria en la cárcel, por un largo tiempo. Pero la impresión que me lleve; y el ridículo que causé envuelta en plástico de burbuja con la aspiradora, no me las quita nadie.

La moraleja que he sacado hoy es: se razonable con los hechos que te rodean porque por muy irracional que se sea al pensar, al final la realidad resulta ser aún más irracional.