¡¡¡HOLA, PUTAS!!! La reapertura de mi habitación está muy próxima. Espero que las zorritas estéis muy atentas, porque se avecinan cosas muy interesantes en la tercera temporada...

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Capítulo 3: Cabello flambeado

Ha pasado una cosa espectacular el día de hoy. Es cierto que me siento algo culpable por lo sucedido…Pero bueno, la vida es así. No se gana nada sintiéndose una mal por un acontecimiento ya pasado.

Yo soy estudiante de Historia; concretamente segundo año. En el turno vespertino, naturalmente; por lo que la mañana la tengo para gozar de mi necesario sueño reparador, ya que esta cara y cuerpo no se mantienen así por respirar:

Me levante con inusual apetito, pero tampoco me puedo exceder fuera de la línea trazada por mi dietista particular… así que me preparé un plato con una ensalada ligera con doscientos cincuenta gramos d pollo a la plancha y me dispuse a saborearlo mientras leía los ingredientes del zumo de manzana embotellado. Luego me aseé un poco, y mientras me vestía me dejé llevar por la música que sonaba del equipo de mi habitación.

Hoy ha sido el segundo día de clase después de un fin de semana algo ajetreado; teniendo en cuenta lo apacible que puede ser mi lujosa vida. Sobre todo el domingo, con el tema de Linda. Menos mal que durante estos días ha habido tanto trabajo que no me ha dado tiempo a nada más. Es por eso que no he escrito por aquí. La niña ha logrado que aún me dure el mal sabor de boca vivido. Más que el vino más barato que se pueda encontrar en el rincón más recóndito del viñedo más antihigiénico. Realmente espero no tener que cuidar más de ella, o me suicidare clavándome mi lápiz de ojos favorito de Max factor. Y si veo a la familia rara pululando por las calles, mientras yo este por ellas, tratare de esquivarles para no tener que pasar por su lado. Como si me tengo que disfrazar de salchicha y demigrarme hasta límites insospechados; aunque… pensándolo mejor así llamaría más la atención. Bueno, en fin, que haría cualquier cosa con tal de ahorrarme el deber de tener que saludarles frívolamente, mientras por un lado la culebra mayor me llama “cari” “dios como me irrita”, y la culebra menor me fulmina con la mirada mientras me sonríe con su putrefacta dentadura. Ni quiero imaginármelo si quiera. Porque ya tengo suficiente con recordar la cara que la falta de ese preciado polvo blanco adulterado, para ella, le hizo poner.

Y si todo ello fuese poco, encima me sigue torturando la intriga del galán que se hace llamar “mi paladín”. No he vuelto a saber nada de él desde que recibí aquél generoso regalo. Lo único bueno que pienso que se puede sacar de mi situación actual es que mi padre está de viaje de negocios en Milán; y aún le queda bastante que hacer por allí. Por lo que disfrutaré de algún tiempo más a solas. Siempre he pensado que más que un padre es un cajero automático viviente. Nunca ha tenido tiempo para mí, siempre ha sobrepuesto el trabajo a su familia. Pero, en fin, no quiero hablar del tema en este momento…

Volviendo al tema clave: hoy ha sido el segundo día de clase. No es que me entusiasme estudiar, ni que me haga falta. Porque yo por suerte ya tengo la vida resuelta. Y todo lo que hago, lo hago porque deseo probar cosas nuevas, ya que me resulta divertido, o de necesario aprendizaje. Por ejemplo lo de estudiar en la uni me mantiene la mente ocupada, y además lo hago porque la gente más importante se las da de haber estudiado una carrera. Y claro, yo no voy a hacer menos.

Agarrando mi bolso de Gucci y mi carpeta de Jordi Lavanda, me encaminé hacia la puerta.

Pensé en coger la limusina, pero en el último instante me arrepentí. Pues con todo lo que había pasado necesitaba pensar, y no conocía mejor manera que ir caminando hasta la facultad para ello.

Tomé el pomo de la puerta principal con decisión, y aspiré hondo mientras lo giraba lentamente. “Venga Heather. Ya no te pueden pasar más cosas. Es una tontería estar tan alterada. Además, tú mejor que nadie sabe que eso es muy malo para la piel en general. Pero más para el cutis”. La idea de que la piel se me arrugara o cuartease me obligó a hacer todo lo posible para encontrar la calma.

Al abrir la puerta toda la calma que había logrado reunir se fue tan rápido como la había conseguido; pues me sorprendió encontrar una rosa azul con un lazo de satén violeta atado en su fino tallo y una nota colgando de él. Me acerqué a ella con cautela; mirando incesantemente a ambos lados. Quería averiguar a toda costa quien la había dejado en el suelo de mi porche. Aún irradiaba frescura y el aroma era intenso. Así que era imposible que hubiese pasado demasiado tiempo desde el momento en el que se depositó junto a las escaleritas que daban al jardín.

Cogí la rosa rápidamente y corrí bajando los peldaños:

- ¿Hola?- Se que estas hay- dije con temor e impotencia. Pero nadie contestó.
Como seguía inmersa en el más profundo de los desconciertos, creí que lo mejor sería leer la nota que la rosa traía consigo:



“Querida Heather:

Ya me ha llegado el halagador mensaje de que los zapatos que te mandé el domingo pasado sí que fuero de tu agrado. Me alegra muchísimo. Solo quería hacértelo saber. Te mando esta rosa como símbolo de afecto. Sé que es tu flor favorita; y el violeta tu color favorito. Por eso escogí el lazo de es color. Y de Satén, pues… también se que tienes un gusto particular, y no te conformarías con cualquier cosa. Besos

Tu paladín”

Mi cara adoptó una expresión de pavor y altísima necesidad de saciar el sentimiento inmenso de curiosidad que albergaba mi estómago.

“¡¿Pero qué demonios?! ¿Cómo es que sabe tanto de mí?. Me siento observada… ¿Qué está pasando?”. Corrí por todo el jardín en busca de la persona que me había dejado ese regalo en el porche. Después de todo no podía haber ido muy lejos en ese corto periodo de tiempo. Pero nada. No hubo suerte. Fue como si se hubiese volatilizado en el aire…

La paranoia empezó a apoderarse de mi ser sin que yo pudiera remediarlo, y comencé ha dar pequeños pasos inseguros hacia la verja que separa mi jardín de la calle. Y aun estando a varios metros de la casa, me volvía con miedo de vez en cuando para fijar la mirada en el jardín desierto. Agarré con fuerza la carpeta con ambos brazos crizados y corrí algunas manzanas más allá.
Al llegar a la universidad la gente parecía haber entrado ya. Así que yo hice lo propio tras subir las escaleras hacia el primer piso, y atravesar con tranquilidad el pasillo. Que reproducía repetidamente el eco de mis tacones.

Las clases eran tipo teatro. En graderío. Y la clase se dividía en cuatro grupos esenciales: los empollones, que ocupaban la fila de delante, los normales tirando a raros, que ocupaban trs filas mas arriba, los cotillas, dos más arriba, y por ultimo los pijos. Que estaban allí por pura diversión, porque no les habían aceptado en otra carrera.

Yo naturalmente me senté en la ultima fila, al lado de un chico, con pinta de pijo macarrilla, al que miré de reojo, el me miró y me guiñó el ojo. Yo, nada más ver el gesto, bufé y giré la cabeza bruscamente hacia el lado contrario.

Me sorprendió ver por vez primera a uno de los empollones que debía estar en la primera fila, sentado frente a mí, en la penúltima fila, unos centímetros por debajo de mí. Debió habérsele hecho tarde. Supongo que después de todo, esos especimenes también son humanos. Que desilusión. Era un chico delgado, con gafas, ortodoncia y pelo muy alborotado. Tipo años sesenta. Parece ser que el mal gusto es una enfermedad que se expande con rapidez.

Ya hacía un par de minutos que la clase de epigrafía había empezado. Y la profesora daba la asignatura de una manera tediosa e insufrible. Además era una desata a la hora de corregir y nos tenia a todos sus alumnos estrechamente vigilados.

Aburrida miraba a los laureles, observando a las diferentes personas que se encontraban graderío abajo. La ventaja de estar tan arriba es que tienes una panorámica de clase tremendamente buena y se ve de todo: gente hurgándose la nariz, mandándose mensajes de texto, colocándose la braga, mirando páginas indebidas…

En una de estas miro hacia el chico que estaba sentado a mi lado, y, con sorpresa, advierto que se está fumando un porro con todo el descaro posible. Pero no dije nada. No hizo falta, porque al poco tiempo de haberlo visto, la profesora comenzó a subir la escalinata. Y por mucho que se esconda, el hedor a mariguana tiraba para atrás. Vamos, que ni el perfume más fuerte de pachuli. Como era previsible, la profesora cada vez se acercaba más, y el chico en un intento desesperado de esconderlo me quemó con la punta del jodido porro.

- ¡JODER¡- grité.

Todo el mundo se volvió para atrás y la profesora se detuvo en seco. Pero yo estaba demasiado ocupada mirando si me había dejado marca. Me cabreé y el sustraje rápidamente el porro de la mano con algo de forcejeo.

- Trae para acá, maldito fumeta…- susurré.

Una vez lo tuve en mi poder lo tiré, mirando hacia él. Y a los dos segundos, el silencio se rompió con gritos despavoridos de la gente. Quise saber que era y me molesté en mirar hacia delante. El espectáculo era lamentable:

El porro había ido a parar a la cabeza del chico que se hallaba delante de mí. Y debe ser que el exceso de gomina que llevaba contenía algún componente químico inflamable que el pelo le ardió enseguida, dejándole la cabeza como la nueva antorcha de los juegos olímpicos. Solo que esta no tenían que llevarla en brazos porque era capaz de moverse sola.



El chico gritaba en pie abanicándose con las manos, mientras la profesora enloquecía intentando lo mismo inútilmente con el amasijo de papeles que llevaba. Algunos se reían y gritaban como si fuese un morboso espectáculo sadomasoquista y otros lloraban de la impotencia. Incluso alguien le lanzo una compresa mojada, como ultimo recurso “¿Estaría usada? No quiero pensarlo”. Hasta que llego el conserje y gritando que se apartaran le tiró un cubo de agua helada sobre el pobre chico.

No quería seguir siendo observadora de aquel espectáculo. Y yo no tuve nada que ver, o de eso intento autoconvencerme aún. La llama se había extinguido, así que cogí mi bolso, y mi carpeta. Y discretamente me retiré de la sala, aún contenedora de un escándalo. Mientras mataba con la mirada al chico porreta. Yo tengo otras muchas cosas en las que preocuparme para andar haciéndolo por un porro. Por ejemplo mi observador…

En fin… la moraleja que he sacado de mi día ha sido que el cigarro mata, tanto si se fuma como si no. Una nunca sabe hasta donde puede llegar el peligro de ser fumador pasivo.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Capítulo 2: Obsesa de las gominolas

Hoy estoy tremendamente cabreada, adolorida y sin ganas de absolutamente nada. Es uno de esos días que preferiría erradicar de mi memoria. Porque hacen que me replantee ciertas cosas con respecto a la vida misma. Y además he sido partícipe observadora de hechos insólitos, que una, ni loca, se imagina que ocurrirán al despertarse.

La mañana fue lenta y pesada. Ya que no pude dormir en toda la noche dándole vueltas al misterioso pretendiente que se hace llamar mi paladín “¿cómo se supone que he de descubrir quién es si solo tengo unos zapatos?”…

Hasta recién empezada la tarde mi día transcurría con total normalidad, exceptuando el cansancio y el leve dolor de cabeza que me provocó la falta de sueño. Era totalmente ajena a lo que sucedería a partir de ese momento:

Mientras leía un artículo interesante del VOGUE sobre un diseñador que había hecho un vestido con cabello humano, sonó el teléfono. Estaba tan entretenida con el artículo que decidí no contestar. Pero el teléfono persistía con su timbre molestamente electrónico una y otra vez. Hasta que al final me tuve que levantar y cogerlo:

- ¡¿Qué es lo que pasa?!...em… digo… ¿Diga?

- Hola Heather, soy Emma. Perdona que te llame; seguro que estarías haciendo algo más importante- y, desde luego, así era- pero es que he de salir y necesito que cuides de la pequeña Linda por unas tres horas- mi ceño se frunció casi automáticamente. Y estuve a punto de darle por respuesta un NO rotundo pero…- te pagare bien- al decir esto el “no” se convirtió en un entusiasmado “sí” con la misma rapidez con la que se me había fruncido el entrecejo al inicio de la conversación.

A los cinco minutos, la mujer ya estaba delante de la puerta, de la mano de su pequeño monstruo, Linda. Una niña de unos seis años de edad. Ellas, junto con Teo, forman una pintoresca y extraña familia, que viven al lado de casa. Unos nuevos ricos que hace menos de un mes vinieron a instalarse en mi urbanización. Se nota con total claridad la vulgaridad de las clase media en ellos. Después de todo, por mucho que se escale, siempre serás como se fue en los orígenes. Solo los que hemos nacido en cunas de oro, podemos presumir de no poder ascender más.

- Hola, cari- dijo Emma nada mas le abrí la puerta.

- ¿Qué tal?- respondí con indiferencia teñida de irritación. Pues odiaba que se tomara esas libertades cuando yo no le he abierto la veda para que pudiera tener esa cantidad de confianza conmigo. Lo único que da más asco que la confianza es que la tenga alguien que ni siquiera me llega al piercing del ombligo.

- ¡Ay hija!, pues súper agobiada. Teo ha tenido que salir y yo tengo un compromiso inamovible con el club de golf… por eso te pido que te hagas cargo de Li, mientras estoy fuera. Porque es que no tengo a nadie más- miró a la niña suspirando, y yo la miré como si fuera una tremenda carga que me endosaban a mí como último recurso- solo tendrás que vigilarla. Le pones la tele y no te dará problemas. ¿Verdad que eres una buena niña?- sonrió dirigiendo nuevamente sus pupilas a su hija.

La niña no dijo nada. Simplemente se limitó a llevarse a la boca una de las gominolas que se encontraban dentro de una bolsita monísimamente decorada
. “menos mal que parece tranquila y poco habladora. Hay que tener en cuenta que la única experiencia que tuve con niños fue a los nueve años con mi Nenuco… y no acabó muy bien; pues me canse de él y lo até una cuerda para que Merley, mi antigua doberman, me persiguiera por el jardín mientras yo tiraba de la cuerda, y el muñeco iba arrastrándose por el suelo verdoso. Hasta que Merley lo atrapó y acabó por arrancarle la cabeza con un mordico. Fue un espectáculo conmovedoramente terrorífico. Pero por lo que se ve, con Linda no habrá problemas. Solo tengo que echarle un ojo de vez en cuando e hipnotizarla con la tele, y asunto resuelto”.

Tras esto, Emma se despidió y se marchó a su reunión en el club de golf, cerrando la puerta tras de sí a la par que yo pensaba que ese dinero sería el más fácil que haya ganado nunca. A pesar de que nunca he trabajado para conseguirlo.

Senté a la niña en el sofá, poniendo antes un plástico protector por si se le ocurría tocarlo con las manos impregnadas del azúcar de las gominolas, y le encendí la televisión con el canal de dibujos animados. Desde lo alto de las escaleras le eché una última mirada y entré en mi habitación para seguir con el VOGUE.

Pasó como un cuarto de hora y el ambiente estaba demasiado tranquilo. Miré hacia la puerta entreabierta de mi cuarto y esbocé una sonrisa “los dibujos animados son un buen sedante”. Pero al segundo de volver la mirada a la revista oí tintineos en la cocina. Así que con mala gana bajé a ver.

Me encontré la bolsita de gominolas en el suelo tirada, entre el pasillo y el umbral de la puerta del salón, vacía. Me agaché a recogerla. Y mirando la bolsa empecé a pensar que quizás no sería tan fácil cuidar de la niña.

Al llegar a la cocina me encontré a Linda sobre la encimera intentando llegar al pomo de una de las puertas de la fila de muebles superiores. O coger una de las piedras que me trajeromn de La India. No estoy segura.

- ¡¿Pero que haces niña?!- grité

- Quiero gominolas- dijo con calma

- Las gominolas producen caries. No tengo de eso en mi santuario. Afean la dentadura.
La niña miró con cara de confusión. Por un instante olvidé que estaba hablando con alguien que no sabía ni que era Oshio… Suspiré profundamente y la bajé de aquel lugar.

- Pórtate bien ¿sí?- Le espeté con falsa dulzura

Me di la vuelta y me dispuse a salir de la cocina, cuando de pronto oí un fuerte estruendo tras de mí. Me giré al momento y descubrí el frutero en el suelo hecho añicos, y la fruta desperdigada. La niña lentamente avanzó por encima de los fragmentos de porcelana hasta llegar a mi. Me agarró el pantalón y dijo con la cabeza gacha:

- Quiero gominolas…- nuevamente con voz calmada.

- ¡¡¡Que no tengo. Pesada!!!- había llegado a mi limite. Le cogí el brazo y bruscamente lo solté de mi Versace.

Parece ser que eso no le hizo mucha gracia, porque alzó lentamente la cabeza, me miró un segundo con una expresión furiosa
y, entreabriendo la boca pegó un vibrante chirrido
parecido al de un cerdo siendo degollado, mezclado con la sensación de pasar las uñas por la pizarra. Hasta que sus pequeños pulmones se quedaron sin aire. Aunque lo de “pequeños" lo pongo en duda, porque a juzgar por el chillido parecían bombonas de oxígeno de un buzo de profundidades. Durante ese tiempo pude ver su gastada y negruzca dentadura; víctima de la cantidad ingente de gominolas que la pequeña yonki del azúcar consumía a diario.

Estaba siendo victima de una niña con un caso agudo de mono de glucosa. Nunca había visto algo semejante. En alguna parte leí, en mis trabes de culturizarme, que el azúcar producía hiperactividad. Pero jamás pensé que fueran como drogadictos sedientos. Y mucho menos que yo fuera el epicentro de uno de esos casos.

Tardé unos segundos en reaccionar, pero encontré un caramelo de menta en el bolsillo trasero del pantalón. Eso pareció calmarla por el momento. Así que aproveché para llevarla a la tele nuevamente. Y allí pareció estar a gusto. Yo me volví a la cocina a recoger el estropicio que ese demonio enganchado había causado. Y en lugar de el futero decidí poner un jarrón rojo.



La paz duro muy poco. Pues a los dos minutos la niña ya se había plantado ante la puerta de la cocina con los ojos idos y la boca babeante y desencajada… realmente me dio miedo. Apuesto a que lo que veían sus ojos no era el jarrón sino una gominola gigante
. Corrió hacia mí como toro desbocado. Al llegar a mi altura la empujé, y la niña cayó hacia atrás, propinándose un fuerte golpe en el coxis que la dejó aturdida el tiempo suficiente para yo ir al baño y preparar mi defensa contra esa criatura.

Al yo bajar las escaleras, la niña ya estaba en pie, esperándome. Pero esta vez yo estaba preparada. Sí. Le mostré un botecito lleno de pastillitas con dibujos, de estos, de los años de la pera
. Y ella enseguida lo fijó como su principal objetivo. Me lo quitó de la mano antes de que pudiera darme cuenta, y se comió de golpe cuatro de aquellas píldoras. Como era de esperar cayó inconsciente; pues era en realidad un bote de valium con la etiqueta cambiada.

Temiéndome lo peor arrastré a la niña por los pies hasta el pie de las escaleras, y allí la cargué en peso hasta mi habitación. Donde la tumbé en la cama. Tras todo esto la zarandeé fuertemente.

- ¡¡¡Despierta. Reacciona!!!. “No quiero ir a la carcel por culpa de una criaja. No he matado a nadie. Tengo un gusto demasiado impecable para esa cloaca…¿Qué voy a hacer?”.

Cuando ya me veía entre rejas. Oí un vómito que me sacó del trance en el que me sumí. La jodida chiquilla había vomitado sobre mi colcha de plumas; y para colmo, cuando me acerqué a ella para comprobar si estaba bien, recibí una patada en el ojo que me dejó patidifusa. La niña dormía feliz tras haber expulsado las píldoras. Debía estar soñando. Pero a mi me saldrá un buen morado. Menuda gracia me hace.

Después de una hora de incesante vigilancia por mi parte, llego Emma y le entregué a la niña. Me pareció oír cánticos celestiales. Y seguramente este dinero me costará mucho gastarlo. De todo esto he sacado una cosa en claro: trabajar es duro. Así que, nunca más.

Capítulo 1: Un paquete misterioso

Ya hace un par de días que he hallado la manera de independizarme del estúpido de Hideki. Y esta nueva vida libre de cadenas parece que comienza a entusiasmarme.

Me llamo Heather y hasta hace poco llevaba una vida paralela a la de Hideki. Pero gracias a mi fuerza de voluntad y a la cantidad de paciencia invertida, he logrado realizar mi deseo más anhelado. Tengo veintiún años, soy lista, bella, tengo dinero, un padre que me tiene en un pedestal y lo más importante: SOY LIBRE. Me comeré el mundo.

Hoy ha sido un día bastante intrigante para mi gusto y con un desenlace muy satisfactorio:

Recuerdo que me levanté bastante desanimada porque el día anterior había descubierto que el limite de mi tarjeta de crédito había sido reducido... "vaya ahora tendré que gastar menos que antes. ¿La empresa de papá estará pasando un mal momento?".

Posé los pies sobre mi alfombra de angora, experimentando la gratificante sensación que produce. Era como estar caminando sobre varios caniches recién salidos de la peluquería canina. Esponjosamente suave. Y me incorporé suavemente, retirándome de mi mullido lecho de plumas de cisne. Tras mirarme en el espejo de mi tocador de una manera fugaz, me dispuse a bajar las escaleras que conducían al vestíbulo.

No es que tuviera demasiada hambre, pero de todas formas decidí tomarme un vaso de leche caliente y una manzana.

- ¿Pero donde diantres está el maldito servicio?- grité yo sola en el umbral de la puerta del comedor mientras daba un pisotón a una inocente baldosa del suelo marmóreo- Dios, es que en esta casa todo tiene que hacerlo una misma.

Tras morder la manzana y haberme bebido todo el vaso de leche sonó el timbre de la puerta. Al parecer la gente no tiene consideración por las damas que dormimos las horas que nos corresponde. Joder que solo eran las doce de al mediodía. "Que falta de consideración..."

Abrí la puerta tras ponerme mi bata de seda china, de color purpura, con pedrería incrustada. Hay que recibir a la gentuza con glamur incluso acabados de levantar. No hay que olvidar que lo más importante en esta vida, después del dinero y el poder, es cegar al prójimo con tu luz propia.

Al otro lado de la puerta me encontré con una pobre alma desgraciada; con el pelo revuelto, camisa de adidas de la temporada pasada y unos baqueros y tenis de marcas irreconocibles. Le miré con cara de superioridad:

- ¿Si-iii?- emití un deje cantarín haciéndole notar mi sarcástica fascinación por su desfasadísimo atuendo. "jajaja yo me pegaría un tiro antes de atreverme a salir a la calle así"

- Hola- Dijo con voz tenuemente grave- vengo a entregar un paquete, para la señorita Heather Jimberts.

- ¡¿Paquete?!- de pronto se me iluminaron los ojos y me olvidé completamente del chico al visualizar la preciosa caja de color naranja con lazo que portaba bajo su esmirriado brazo- Sí. Tiene la increible suerte de poder estar hablando con ella en este momento- reí discretamente, y el chico se sonrojó. "Pero que fácil es hacer que suspiren por una"

- Fi-fi-fírmeme aquí si es tan amable- dijo con voz notablemente nerviosa por mi malévolo acto anterior con esa precisa intención.

Le arranqué literalmente el paquete de las manos tras haber firmado el recivo. Despues de todo era un paquete demasiado bonito para ser tocado por alguien tan mediocre. podria contaminar su interior.

Lo llevé corriendo a mi habitación para poder saborear los segundos que se tarda en desenlazar la cintita y en abrir la tapa. Para luego aspirar el delicioso aroma a nuevo.

cuando por fin aparto la tapa, un papel especial envolvía unos zapatos extrabagantemente preciosos de plataforma que me enamoraron al instante:



Eran increibles; jamás pensé que el excremento vacuno pudiera hacer algo tan maravilloso. Eenseguida me los calcé y tiré una foto para subir al facebook, para envidia de mis admiradores:



Oh... estaba tan inmersa en mi euforia calzadítica que olvidé por completo la notita que vino con estos bebés:

"Querida Heather, espero que te guste este humilde presente traido en exclusiva de la última colección de la fashion week de NY.

Besos tu paladín"


- ¿Y esto?- dejé escapar en voz alta.

No podía dar credito a lo que acababa de leer. Alguien me enviaba estos zapatos tan sublimes desde NY y por lo que parecía está muy interesado en mi... ¿Quién puede ser?. Me intrigué un par de segundos más, pero pronto me levanté dejando caer la nota, haciendo posturas adorables delante del espejo para lucirlos. Ya tendré tiempo de averiguar sobre ese paladín mío. Ahora toca disfrutar de los zapatos...