¡¡¡HOLA, PUTAS!!! La reapertura de mi habitación está muy próxima. Espero que las zorritas estéis muy atentas, porque se avecinan cosas muy interesantes en la tercera temporada...

domingo, 26 de septiembre de 2010

Capítulo 2: Obsesa de las gominolas

Hoy estoy tremendamente cabreada, adolorida y sin ganas de absolutamente nada. Es uno de esos días que preferiría erradicar de mi memoria. Porque hacen que me replantee ciertas cosas con respecto a la vida misma. Y además he sido partícipe observadora de hechos insólitos, que una, ni loca, se imagina que ocurrirán al despertarse.

La mañana fue lenta y pesada. Ya que no pude dormir en toda la noche dándole vueltas al misterioso pretendiente que se hace llamar mi paladín “¿cómo se supone que he de descubrir quién es si solo tengo unos zapatos?”…

Hasta recién empezada la tarde mi día transcurría con total normalidad, exceptuando el cansancio y el leve dolor de cabeza que me provocó la falta de sueño. Era totalmente ajena a lo que sucedería a partir de ese momento:

Mientras leía un artículo interesante del VOGUE sobre un diseñador que había hecho un vestido con cabello humano, sonó el teléfono. Estaba tan entretenida con el artículo que decidí no contestar. Pero el teléfono persistía con su timbre molestamente electrónico una y otra vez. Hasta que al final me tuve que levantar y cogerlo:

- ¡¿Qué es lo que pasa?!...em… digo… ¿Diga?

- Hola Heather, soy Emma. Perdona que te llame; seguro que estarías haciendo algo más importante- y, desde luego, así era- pero es que he de salir y necesito que cuides de la pequeña Linda por unas tres horas- mi ceño se frunció casi automáticamente. Y estuve a punto de darle por respuesta un NO rotundo pero…- te pagare bien- al decir esto el “no” se convirtió en un entusiasmado “sí” con la misma rapidez con la que se me había fruncido el entrecejo al inicio de la conversación.

A los cinco minutos, la mujer ya estaba delante de la puerta, de la mano de su pequeño monstruo, Linda. Una niña de unos seis años de edad. Ellas, junto con Teo, forman una pintoresca y extraña familia, que viven al lado de casa. Unos nuevos ricos que hace menos de un mes vinieron a instalarse en mi urbanización. Se nota con total claridad la vulgaridad de las clase media en ellos. Después de todo, por mucho que se escale, siempre serás como se fue en los orígenes. Solo los que hemos nacido en cunas de oro, podemos presumir de no poder ascender más.

- Hola, cari- dijo Emma nada mas le abrí la puerta.

- ¿Qué tal?- respondí con indiferencia teñida de irritación. Pues odiaba que se tomara esas libertades cuando yo no le he abierto la veda para que pudiera tener esa cantidad de confianza conmigo. Lo único que da más asco que la confianza es que la tenga alguien que ni siquiera me llega al piercing del ombligo.

- ¡Ay hija!, pues súper agobiada. Teo ha tenido que salir y yo tengo un compromiso inamovible con el club de golf… por eso te pido que te hagas cargo de Li, mientras estoy fuera. Porque es que no tengo a nadie más- miró a la niña suspirando, y yo la miré como si fuera una tremenda carga que me endosaban a mí como último recurso- solo tendrás que vigilarla. Le pones la tele y no te dará problemas. ¿Verdad que eres una buena niña?- sonrió dirigiendo nuevamente sus pupilas a su hija.

La niña no dijo nada. Simplemente se limitó a llevarse a la boca una de las gominolas que se encontraban dentro de una bolsita monísimamente decorada
. “menos mal que parece tranquila y poco habladora. Hay que tener en cuenta que la única experiencia que tuve con niños fue a los nueve años con mi Nenuco… y no acabó muy bien; pues me canse de él y lo até una cuerda para que Merley, mi antigua doberman, me persiguiera por el jardín mientras yo tiraba de la cuerda, y el muñeco iba arrastrándose por el suelo verdoso. Hasta que Merley lo atrapó y acabó por arrancarle la cabeza con un mordico. Fue un espectáculo conmovedoramente terrorífico. Pero por lo que se ve, con Linda no habrá problemas. Solo tengo que echarle un ojo de vez en cuando e hipnotizarla con la tele, y asunto resuelto”.

Tras esto, Emma se despidió y se marchó a su reunión en el club de golf, cerrando la puerta tras de sí a la par que yo pensaba que ese dinero sería el más fácil que haya ganado nunca. A pesar de que nunca he trabajado para conseguirlo.

Senté a la niña en el sofá, poniendo antes un plástico protector por si se le ocurría tocarlo con las manos impregnadas del azúcar de las gominolas, y le encendí la televisión con el canal de dibujos animados. Desde lo alto de las escaleras le eché una última mirada y entré en mi habitación para seguir con el VOGUE.

Pasó como un cuarto de hora y el ambiente estaba demasiado tranquilo. Miré hacia la puerta entreabierta de mi cuarto y esbocé una sonrisa “los dibujos animados son un buen sedante”. Pero al segundo de volver la mirada a la revista oí tintineos en la cocina. Así que con mala gana bajé a ver.

Me encontré la bolsita de gominolas en el suelo tirada, entre el pasillo y el umbral de la puerta del salón, vacía. Me agaché a recogerla. Y mirando la bolsa empecé a pensar que quizás no sería tan fácil cuidar de la niña.

Al llegar a la cocina me encontré a Linda sobre la encimera intentando llegar al pomo de una de las puertas de la fila de muebles superiores. O coger una de las piedras que me trajeromn de La India. No estoy segura.

- ¡¿Pero que haces niña?!- grité

- Quiero gominolas- dijo con calma

- Las gominolas producen caries. No tengo de eso en mi santuario. Afean la dentadura.
La niña miró con cara de confusión. Por un instante olvidé que estaba hablando con alguien que no sabía ni que era Oshio… Suspiré profundamente y la bajé de aquel lugar.

- Pórtate bien ¿sí?- Le espeté con falsa dulzura

Me di la vuelta y me dispuse a salir de la cocina, cuando de pronto oí un fuerte estruendo tras de mí. Me giré al momento y descubrí el frutero en el suelo hecho añicos, y la fruta desperdigada. La niña lentamente avanzó por encima de los fragmentos de porcelana hasta llegar a mi. Me agarró el pantalón y dijo con la cabeza gacha:

- Quiero gominolas…- nuevamente con voz calmada.

- ¡¡¡Que no tengo. Pesada!!!- había llegado a mi limite. Le cogí el brazo y bruscamente lo solté de mi Versace.

Parece ser que eso no le hizo mucha gracia, porque alzó lentamente la cabeza, me miró un segundo con una expresión furiosa
y, entreabriendo la boca pegó un vibrante chirrido
parecido al de un cerdo siendo degollado, mezclado con la sensación de pasar las uñas por la pizarra. Hasta que sus pequeños pulmones se quedaron sin aire. Aunque lo de “pequeños" lo pongo en duda, porque a juzgar por el chillido parecían bombonas de oxígeno de un buzo de profundidades. Durante ese tiempo pude ver su gastada y negruzca dentadura; víctima de la cantidad ingente de gominolas que la pequeña yonki del azúcar consumía a diario.

Estaba siendo victima de una niña con un caso agudo de mono de glucosa. Nunca había visto algo semejante. En alguna parte leí, en mis trabes de culturizarme, que el azúcar producía hiperactividad. Pero jamás pensé que fueran como drogadictos sedientos. Y mucho menos que yo fuera el epicentro de uno de esos casos.

Tardé unos segundos en reaccionar, pero encontré un caramelo de menta en el bolsillo trasero del pantalón. Eso pareció calmarla por el momento. Así que aproveché para llevarla a la tele nuevamente. Y allí pareció estar a gusto. Yo me volví a la cocina a recoger el estropicio que ese demonio enganchado había causado. Y en lugar de el futero decidí poner un jarrón rojo.



La paz duro muy poco. Pues a los dos minutos la niña ya se había plantado ante la puerta de la cocina con los ojos idos y la boca babeante y desencajada… realmente me dio miedo. Apuesto a que lo que veían sus ojos no era el jarrón sino una gominola gigante
. Corrió hacia mí como toro desbocado. Al llegar a mi altura la empujé, y la niña cayó hacia atrás, propinándose un fuerte golpe en el coxis que la dejó aturdida el tiempo suficiente para yo ir al baño y preparar mi defensa contra esa criatura.

Al yo bajar las escaleras, la niña ya estaba en pie, esperándome. Pero esta vez yo estaba preparada. Sí. Le mostré un botecito lleno de pastillitas con dibujos, de estos, de los años de la pera
. Y ella enseguida lo fijó como su principal objetivo. Me lo quitó de la mano antes de que pudiera darme cuenta, y se comió de golpe cuatro de aquellas píldoras. Como era de esperar cayó inconsciente; pues era en realidad un bote de valium con la etiqueta cambiada.

Temiéndome lo peor arrastré a la niña por los pies hasta el pie de las escaleras, y allí la cargué en peso hasta mi habitación. Donde la tumbé en la cama. Tras todo esto la zarandeé fuertemente.

- ¡¡¡Despierta. Reacciona!!!. “No quiero ir a la carcel por culpa de una criaja. No he matado a nadie. Tengo un gusto demasiado impecable para esa cloaca…¿Qué voy a hacer?”.

Cuando ya me veía entre rejas. Oí un vómito que me sacó del trance en el que me sumí. La jodida chiquilla había vomitado sobre mi colcha de plumas; y para colmo, cuando me acerqué a ella para comprobar si estaba bien, recibí una patada en el ojo que me dejó patidifusa. La niña dormía feliz tras haber expulsado las píldoras. Debía estar soñando. Pero a mi me saldrá un buen morado. Menuda gracia me hace.

Después de una hora de incesante vigilancia por mi parte, llego Emma y le entregué a la niña. Me pareció oír cánticos celestiales. Y seguramente este dinero me costará mucho gastarlo. De todo esto he sacado una cosa en claro: trabajar es duro. Así que, nunca más.

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