¡¡¡HOLA, PUTAS!!! La reapertura de mi habitación está muy próxima. Espero que las zorritas estéis muy atentas, porque se avecinan cosas muy interesantes en la tercera temporada...

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Capítulo 3: Cabello flambeado

Ha pasado una cosa espectacular el día de hoy. Es cierto que me siento algo culpable por lo sucedido…Pero bueno, la vida es así. No se gana nada sintiéndose una mal por un acontecimiento ya pasado.

Yo soy estudiante de Historia; concretamente segundo año. En el turno vespertino, naturalmente; por lo que la mañana la tengo para gozar de mi necesario sueño reparador, ya que esta cara y cuerpo no se mantienen así por respirar:

Me levante con inusual apetito, pero tampoco me puedo exceder fuera de la línea trazada por mi dietista particular… así que me preparé un plato con una ensalada ligera con doscientos cincuenta gramos d pollo a la plancha y me dispuse a saborearlo mientras leía los ingredientes del zumo de manzana embotellado. Luego me aseé un poco, y mientras me vestía me dejé llevar por la música que sonaba del equipo de mi habitación.

Hoy ha sido el segundo día de clase después de un fin de semana algo ajetreado; teniendo en cuenta lo apacible que puede ser mi lujosa vida. Sobre todo el domingo, con el tema de Linda. Menos mal que durante estos días ha habido tanto trabajo que no me ha dado tiempo a nada más. Es por eso que no he escrito por aquí. La niña ha logrado que aún me dure el mal sabor de boca vivido. Más que el vino más barato que se pueda encontrar en el rincón más recóndito del viñedo más antihigiénico. Realmente espero no tener que cuidar más de ella, o me suicidare clavándome mi lápiz de ojos favorito de Max factor. Y si veo a la familia rara pululando por las calles, mientras yo este por ellas, tratare de esquivarles para no tener que pasar por su lado. Como si me tengo que disfrazar de salchicha y demigrarme hasta límites insospechados; aunque… pensándolo mejor así llamaría más la atención. Bueno, en fin, que haría cualquier cosa con tal de ahorrarme el deber de tener que saludarles frívolamente, mientras por un lado la culebra mayor me llama “cari” “dios como me irrita”, y la culebra menor me fulmina con la mirada mientras me sonríe con su putrefacta dentadura. Ni quiero imaginármelo si quiera. Porque ya tengo suficiente con recordar la cara que la falta de ese preciado polvo blanco adulterado, para ella, le hizo poner.

Y si todo ello fuese poco, encima me sigue torturando la intriga del galán que se hace llamar “mi paladín”. No he vuelto a saber nada de él desde que recibí aquél generoso regalo. Lo único bueno que pienso que se puede sacar de mi situación actual es que mi padre está de viaje de negocios en Milán; y aún le queda bastante que hacer por allí. Por lo que disfrutaré de algún tiempo más a solas. Siempre he pensado que más que un padre es un cajero automático viviente. Nunca ha tenido tiempo para mí, siempre ha sobrepuesto el trabajo a su familia. Pero, en fin, no quiero hablar del tema en este momento…

Volviendo al tema clave: hoy ha sido el segundo día de clase. No es que me entusiasme estudiar, ni que me haga falta. Porque yo por suerte ya tengo la vida resuelta. Y todo lo que hago, lo hago porque deseo probar cosas nuevas, ya que me resulta divertido, o de necesario aprendizaje. Por ejemplo lo de estudiar en la uni me mantiene la mente ocupada, y además lo hago porque la gente más importante se las da de haber estudiado una carrera. Y claro, yo no voy a hacer menos.

Agarrando mi bolso de Gucci y mi carpeta de Jordi Lavanda, me encaminé hacia la puerta.

Pensé en coger la limusina, pero en el último instante me arrepentí. Pues con todo lo que había pasado necesitaba pensar, y no conocía mejor manera que ir caminando hasta la facultad para ello.

Tomé el pomo de la puerta principal con decisión, y aspiré hondo mientras lo giraba lentamente. “Venga Heather. Ya no te pueden pasar más cosas. Es una tontería estar tan alterada. Además, tú mejor que nadie sabe que eso es muy malo para la piel en general. Pero más para el cutis”. La idea de que la piel se me arrugara o cuartease me obligó a hacer todo lo posible para encontrar la calma.

Al abrir la puerta toda la calma que había logrado reunir se fue tan rápido como la había conseguido; pues me sorprendió encontrar una rosa azul con un lazo de satén violeta atado en su fino tallo y una nota colgando de él. Me acerqué a ella con cautela; mirando incesantemente a ambos lados. Quería averiguar a toda costa quien la había dejado en el suelo de mi porche. Aún irradiaba frescura y el aroma era intenso. Así que era imposible que hubiese pasado demasiado tiempo desde el momento en el que se depositó junto a las escaleritas que daban al jardín.

Cogí la rosa rápidamente y corrí bajando los peldaños:

- ¿Hola?- Se que estas hay- dije con temor e impotencia. Pero nadie contestó.
Como seguía inmersa en el más profundo de los desconciertos, creí que lo mejor sería leer la nota que la rosa traía consigo:



“Querida Heather:

Ya me ha llegado el halagador mensaje de que los zapatos que te mandé el domingo pasado sí que fuero de tu agrado. Me alegra muchísimo. Solo quería hacértelo saber. Te mando esta rosa como símbolo de afecto. Sé que es tu flor favorita; y el violeta tu color favorito. Por eso escogí el lazo de es color. Y de Satén, pues… también se que tienes un gusto particular, y no te conformarías con cualquier cosa. Besos

Tu paladín”

Mi cara adoptó una expresión de pavor y altísima necesidad de saciar el sentimiento inmenso de curiosidad que albergaba mi estómago.

“¡¿Pero qué demonios?! ¿Cómo es que sabe tanto de mí?. Me siento observada… ¿Qué está pasando?”. Corrí por todo el jardín en busca de la persona que me había dejado ese regalo en el porche. Después de todo no podía haber ido muy lejos en ese corto periodo de tiempo. Pero nada. No hubo suerte. Fue como si se hubiese volatilizado en el aire…

La paranoia empezó a apoderarse de mi ser sin que yo pudiera remediarlo, y comencé ha dar pequeños pasos inseguros hacia la verja que separa mi jardín de la calle. Y aun estando a varios metros de la casa, me volvía con miedo de vez en cuando para fijar la mirada en el jardín desierto. Agarré con fuerza la carpeta con ambos brazos crizados y corrí algunas manzanas más allá.
Al llegar a la universidad la gente parecía haber entrado ya. Así que yo hice lo propio tras subir las escaleras hacia el primer piso, y atravesar con tranquilidad el pasillo. Que reproducía repetidamente el eco de mis tacones.

Las clases eran tipo teatro. En graderío. Y la clase se dividía en cuatro grupos esenciales: los empollones, que ocupaban la fila de delante, los normales tirando a raros, que ocupaban trs filas mas arriba, los cotillas, dos más arriba, y por ultimo los pijos. Que estaban allí por pura diversión, porque no les habían aceptado en otra carrera.

Yo naturalmente me senté en la ultima fila, al lado de un chico, con pinta de pijo macarrilla, al que miré de reojo, el me miró y me guiñó el ojo. Yo, nada más ver el gesto, bufé y giré la cabeza bruscamente hacia el lado contrario.

Me sorprendió ver por vez primera a uno de los empollones que debía estar en la primera fila, sentado frente a mí, en la penúltima fila, unos centímetros por debajo de mí. Debió habérsele hecho tarde. Supongo que después de todo, esos especimenes también son humanos. Que desilusión. Era un chico delgado, con gafas, ortodoncia y pelo muy alborotado. Tipo años sesenta. Parece ser que el mal gusto es una enfermedad que se expande con rapidez.

Ya hacía un par de minutos que la clase de epigrafía había empezado. Y la profesora daba la asignatura de una manera tediosa e insufrible. Además era una desata a la hora de corregir y nos tenia a todos sus alumnos estrechamente vigilados.

Aburrida miraba a los laureles, observando a las diferentes personas que se encontraban graderío abajo. La ventaja de estar tan arriba es que tienes una panorámica de clase tremendamente buena y se ve de todo: gente hurgándose la nariz, mandándose mensajes de texto, colocándose la braga, mirando páginas indebidas…

En una de estas miro hacia el chico que estaba sentado a mi lado, y, con sorpresa, advierto que se está fumando un porro con todo el descaro posible. Pero no dije nada. No hizo falta, porque al poco tiempo de haberlo visto, la profesora comenzó a subir la escalinata. Y por mucho que se esconda, el hedor a mariguana tiraba para atrás. Vamos, que ni el perfume más fuerte de pachuli. Como era previsible, la profesora cada vez se acercaba más, y el chico en un intento desesperado de esconderlo me quemó con la punta del jodido porro.

- ¡JODER¡- grité.

Todo el mundo se volvió para atrás y la profesora se detuvo en seco. Pero yo estaba demasiado ocupada mirando si me había dejado marca. Me cabreé y el sustraje rápidamente el porro de la mano con algo de forcejeo.

- Trae para acá, maldito fumeta…- susurré.

Una vez lo tuve en mi poder lo tiré, mirando hacia él. Y a los dos segundos, el silencio se rompió con gritos despavoridos de la gente. Quise saber que era y me molesté en mirar hacia delante. El espectáculo era lamentable:

El porro había ido a parar a la cabeza del chico que se hallaba delante de mí. Y debe ser que el exceso de gomina que llevaba contenía algún componente químico inflamable que el pelo le ardió enseguida, dejándole la cabeza como la nueva antorcha de los juegos olímpicos. Solo que esta no tenían que llevarla en brazos porque era capaz de moverse sola.



El chico gritaba en pie abanicándose con las manos, mientras la profesora enloquecía intentando lo mismo inútilmente con el amasijo de papeles que llevaba. Algunos se reían y gritaban como si fuese un morboso espectáculo sadomasoquista y otros lloraban de la impotencia. Incluso alguien le lanzo una compresa mojada, como ultimo recurso “¿Estaría usada? No quiero pensarlo”. Hasta que llego el conserje y gritando que se apartaran le tiró un cubo de agua helada sobre el pobre chico.

No quería seguir siendo observadora de aquel espectáculo. Y yo no tuve nada que ver, o de eso intento autoconvencerme aún. La llama se había extinguido, así que cogí mi bolso, y mi carpeta. Y discretamente me retiré de la sala, aún contenedora de un escándalo. Mientras mataba con la mirada al chico porreta. Yo tengo otras muchas cosas en las que preocuparme para andar haciéndolo por un porro. Por ejemplo mi observador…

En fin… la moraleja que he sacado de mi día ha sido que el cigarro mata, tanto si se fuma como si no. Una nunca sabe hasta donde puede llegar el peligro de ser fumador pasivo.

2 comentarios:

  1. HIdeki,me ha gustado la historia,lo del porro estuvo bien empleado,digno de una rica la verdad me reí pero me quedé con ganas de que el chico hubiese hecho algo pero vi que no.

    Saludos.

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