¡Madre
mía, chicos! No sabéis lo que he tenido el disgusto de presenciar esta semana:
Resulta que fuimos, Esther y yo, a unos grandes almacenes que estaban a punto
de cerrar por haber entrado en quiebra "Por favor..., esto de la crisis es
implacable. Sobre todo en países como el mío. Que parecen ser el cagadero de
países con mayor capacidad de recuperación. Véase el caso de Alemania. Parece
que todo el polvo que barre de su territorio nos lo manda cual tormenta. Más
bien somos la alfombra en donde dichos países esconden su porquería, además de
tener que cargar con la nuestra propia: Sobornos, estafas, nepotismo... Ahora
que me lo replanteo... A mí no me afecta nada de eso ¿Por qué coño lo estoy
reflexionando?" El caso es que tenían las puertas abiertas con un cartel
de LIQUIDACIÓN TOTAL que atraía a la gente como moscas a la miel (Bueno... yo
soy la abeja reina, no me puedo comparar con bichos de vertedero. Para eso está
ya la gente de clase media, media-baja y pobre)
Nos
costó entrar en aquel edificio atestado de gente ordinaria intentando saquear,
de manera legal, el sitio en cuestión, pero con el tiempo fuimos avanzando. No
había nada que pareciese de especial relevancia que se diga... Aquello parecía
la planta de oportunidades de un tugurio comercial provinciano, alejado de la
mano de cualquier dios que se dignara a tener un mínimo de sentido de la moda.
Estuve a punto de agarrar a Esther de la mano y esprintar tanto como me fuese
posible hacia el cartel de EXIT más cercano que mis ojos alcanzasen a
encontrar.
Estuve
un buen rato buscándola entre aquel montón de gente. Que volvía a dejarse
llevar por sus instintos más primarios, defendiendo los artículos que lograban
recopilar en sus carritos metálicos (la escena era digna de grabarse y verse
luego en cámara lenta) De pronto, como si Moisés me poseyera, aquel mar de
personas se abrió "El consolador que llevaba en el bolso debió actuar como
el garrote que llevaba ese hombre desgreñado" Y allí estaba la chica
desaparecida. Luchando con una mujer de mediana edad con tanto maquillaje
encima que parecía que una integrante de una cutre comparsa caribeña multicolor
le había explotado encima.
- ¡Que
no. Yo las he encontrado antes!- Gritaba Esther, tirando de un par de zapatos
Robert Clergerie, intentando atraerlos hacia sí.
-
¡Pero, ¿qué estás diciendo niña? Yo he
estado haciendo cola en la entrada desde las siete de la mañana. Si alguien
tiene derecho a llevarse estos maravillosos zapatos esa soy yo!- concluyó la
mujer, de manera tajante.
- ¡JA!-
Esther se irguió como si de un tótem se tratase- Si fui capaz de decirle a una
anciana en la cola del supermercado, que trataba de colarse con la típica
excusa de vieja de que tenía las lentejas al fuego, que yo también tenía prisa
porque me había dejado el skype abierto, ¿qué le hace pensar a usted que le
cederé este par de joyas?- le desafió con voz firme, pero muy calmada,
acompañada de una mirada penetrante "En comparación a la voz tan tensa y
alta que mantenía hace un rato, esta parece que es la voz que se te queda
cuando te han inyectado una buena dosis de morfina ¿qué le habrá pasado"-
...y, ahora...- continuó la chica con el tono convertido casi en un susurro,
bajo la atenta mirada de los allí presentes- ¡DEMELOS SI NO QUIERE VER A UNA
DAMA CONVERTIRSE EN LA BARRIOBAJERA MAS PUTA QUE PUEDE HABER EN ESTE MUNDO!- La
frase, junto con la repentina y excesiva subida de tono, rompió con toda
posibilidad de calma que hubiera podido haber en los minutos anteriores.
El
bullicio que antes reinaba en aquel local, ahora se había convertido en un
silencio absoluto, solo roto por un "uyyyy" de asombro, emitido por una
vieja maruja que se refugiaba entre la expectante multitud. La tensión era tan
grande que podía cortarse con un quita-cutículas.
De
repente la mujer se llevó la mano al pecho y se tiró al suelo, retorciéndose de
dolor, entre estridentes gritos que llamaron la atención de la seguridad y el
personal del lugar "Si a esta vieja le da un yuyu aquí en medio, a la
empresa le caerá un puro de los gordos"
A
Esther se le notó la preocupación en el rostro y pareció olvidar la importancia
de los zapatos, porque salió corriendo a asistir a la señora. Dejó los zapatos a su lado , a la
par que se agachaba para comprobar el estado de la afectada.
-
¡¿Está usted bien, señora?!- se la veía agitada, mientras apoyaba la cabeza de
la mujer en su regazo y no dejaba de mirarla. Yo es que no salí al foco de
atención porque, por muy amiga que sea Esther, no quería verme envuelta en
semejante escándalo. Yo, sinceramente, habría aprovechado la oportunidad y
habría salido corriendo con los zapatos. Ya les cargaría el muerto a los seguritas
y dependientes de la tienda. Creo que ese es un gran punto débil de Esther.
La
mujer, poco después de haber montado todo aquel circo, hizo un ademan de
reincorporarse y se puso de rodillas en el suelo, llevándose la mano a la
cabeza.
- Sí,
sí... Gracias querida. Solo es un poco de mareo- decía con tono cansado.
En ese
preciso instante y con la agilidad de una zorra, alargó la mano y agarró con
fuerza los Rober Clergerie. Se levantó frente a la cara atónita de Esther y
comenzó a correr en dirección a la caja.
-
Jajajajajaja. Para puta ya estoy yo, querida. La experiencia es un grado. No
pretendas hacer como que ya has andado el camino cuando yo he ido y he vuelto
dos veces. Eres una cría, aún te queda mucho que aprender de la vida- Sonaba la
voz cada vez más lejos del asombrado núcleo, en el que había transcurrido la
fingida desgracia de una aficionada a la interpretación muy profesional.
Esther
se quedo en el suelo, sentada sobre sus propias piernas, unos segundos hasta
que fue capaz de reaccionar. Durante ese lapsus de tiempo en el que su cerebro
trataba de asimilar qué diantres había pasado, yo me acerqué, luego le di la
mano y le ayudé a levantarse. Tanto la gente como ella misma no daba crédito a
lo sucedido.
- Te lo
he dicho muchas veces, ¿lo ves?- pregunté retóricamente- No se puede confiar en
la gente. Y menos en los que parecen indefensos- me acerqué al oído- Esos son
los peores- susurré mientras me reía.
Sin
decir nada, Esther salió escopeteada tras la actriz. Lo cual me obligó a
seguirla lo más rápido que me fue posible.
Una vez
en la calle, Esther seguía como loca, farfullando cosas que no lograba
entender. Estaba tan ensimismada con el pensamiento de encontrarse con la
señora, darle una hostia bien dada y recuperar los zapatos que no vio el color
rojo del semáforo y saltó a la carretera cual fiera avistando a su presa. Pero,
por desgracia, no pudo seguir su camino. Pues un coche, elegantemente blanco se
abalanzó sobre ella sin poder evitarlo y colisionó la fría y dura carrocería
con el endeble y mullido cuerpo de la muchacha. Esta irremediablemente calló
hacia atrás, golpeándose fuertemente la cabeza contra el asfalto, convirtiéndome
en una mera espectadora del horroroso acontecimiento, impotente, sin tener
tiempo para hacer nada. Al menos tengo la certeza de que, tanto la mochila,
como su culo pan-bollo sirvieron de amortiguadores, evitando que el accidente
fuese mucho más grave.
Fue algo
muy espectacular que los transeúntes quisieron curiosear, al igual que la gran
masa de clientes que comenzaba a salir del establecimiento en el que nos
encontrábamos. Pronto la calle se llenó de curiosos, técnicos sanitarios y
policías; junto con la estridente música proveniente de sus respectivas
sirenas: coches oficiales y ambulancias.
Esther
permaneció inconsciente tres horas, la conductora del vehículo intentaba
explicarse, pero no era necesario ya que contaba con múltiples testigos que
sabían que ella no tenía culpa alguna, y la zorrona actrizucha se había
esfumado. Nadie supo nada más de ella.
Aquí
tengo un video que salió en los informativos, grabado con un dispositivo móvil
por un pringado que grababa a sus dos mocosos haciendo gilipolleces en el
parque y que tuvo la suerte de inmortalizar tal tragedia. Luego me lo facilitó
y yo lo he editado con música de tensión para que os metáis en situación. Aquí
lo tenéis:
Tras
una temporada en el hospital, realizándole chequeos y manteniéndola en observación,
se dictaminó que lo único que tenía era una contusión craneal leve. El médico
nos dijo, cuando se disponía a firmar el alta, que para haber sido un golpe,
aparentemente, tan fuerte, las lesiones habían sido mínimas. Después de todo,
la situación no acabó del todo bien, puesto que la jodida mujer se llevó consigo el tan preciado par de zapatos, pero teniendo en cuenta que podía
acabar peor, podemos respirar satisfechas de no haber perdido algo más valioso
que unos cutres Robert Clergerie pasados de temporada. "Si hubiera muerto
o entrado en coma por esos zapatos tan horribles, habría hecho la Ouija, la invocaría
y sería yo quien la torturaría hasta el fin de mis días"
Pero
todo esto viene porque unos días después de todo este berenjenal, La chica me
contó un sueño muy extraño que había tenido durante sus tres horas de
inconsciencia:
Resulta
que, cuando se quiso dar cuenta, se encontraba en una especie de limbo
blanquecino y neblinoso. Como flotando en la nada, ya que no percibía límites
espaciales de ningún tipo: ni suelo, ni techo, ni siquiera un simple paisaje, ya
fuera reconocible o no. Tan solo se encontraba ella, sin más.
- ¡¿Hola?!-
gritó en medio del vacío, obteniendo el rebotar de su propia voz como
respuesta. Pues aquel parecía ser el infinito, en el que el eco campaba a sus
anchas.
Como único
recurso disponible comenzó a caminar, sin rumbo fijado, en línea recta.
Oyéndose solo sus pasos, con el eco persiguiéndole. Parecía caminar sobre el
vacío, pero lo cierto es que, me contó, que sonaba como si pisase tierra, hojas
y ramas. Era como estar perdida en un bosque invisible.
De
pronto, el silencio absoluto se vio interrumpido por un llanto femenino que
destilaba angustia a raudales. La chica, asustada, se volvió a su espalda:
¡NADA! Aquello parecía un thriller de bajo presupuesto, que
solo transmitirán
por televisión un domingo por la tarde. Pero, cuando volvió a situarse de forma
que le permitía reanudar su incierto bagaje, una figura negra se coló en su
campo de visión. Ella sintió ser invadida por un tenue temor, pero, al fin y al
cabo, era una forma antropomorfa; así que corrió hacia ella. Resultó ser una
dama de aspecto antiguo, que portaba un vestido, pamela, velo y guantes negros,
con cuello alto decorado con un relicario muy barroco, que contenía la
fotografía de un señor, en color sepia. Se notaba que pertenecía a la antigua
clase alta por la calidad de los textiles y las joyas que mostraba. Con la mano
derecha agarraba un pañuelo blanco, de tela bordada, con el que trataba de enjugar
el interminable rio lacrimógeno que descendía mejillas abajo.
- Hola,
¿puede ayudarme, por favor?- Preguntó Esther desesperada. Pero, la mujer seguía
sollozando sin aminorar el paso. Como si no fuese capaz de notar la presencia
de la muchacha. Resignada, la chica se limitó a seguirla.
Un poco
más adelante la niebla ya dejaba ver, por fin, algo; y además a los oídos de Esther
llegaba una agradable música de feria. Al acercarse más ya pudo ver con más
claridad una gran muralla, conformada por interminables filas de cipreses, que
custodiaban un extraño espacio. La música se hacía cada vez más y más intensa.
Hasta que la muralla de cipreses se cortó, para dar lugar a una gran puerta de
hierro forjado negro, con un letrero, semicircunferente, típico de las entradas
de los antiguos cementerios. Dentro de la semicircunferencia se podía leer
claramente, también en letras ferreas: "Welcome to Widowland"
Al
entrar, Esther se sorprendió. Pues no era más que un parque temático, en medio
de aquel limbo infinito, pensado exclusivamente para viudas. En el que todo
resultaba extremadamente extraño: vio a la mujer a la que había seguido hasta
el lugar, desprenderse de su relicario y entregarlo en lo que parecía la
taquilla de las entradas de un teatro del siglo XIX. A cambio de este, una mano
le alargó un boleto, y la mujer siguió su camino, perdiéndose en lo que ahora
era una niebla muy suave. Nada que ver con lo tupido de la atmósfera que se
encontraba de murallas para afuera.
Esther
se acercó a la taquilla. Una mano salió de la ventanilla y, en posición de
pedida, le rogaba que depositara algo en ella. Por más que miraba, la muchacha
era incapaz de ver qué había al otro lado del cristal. Buscó en su mochila y,
sorprendentemente, encontró un relicario parecido al que tenía aquella señora.
No le tenía apego ninguno, así que lo depositó sobre la palma de la mano y esta
se introdujo nuevamente por el agujero del que había salido. No tardo más de
dos segundos en salir, pero esta vez con un boleto como el que le había
expedido a la otra visitante. Esther lo tomó y la mano se introdujo, ya sin
salir nunca más.
Al
seguir adelante con el boleto en la mano, pudo ver muchas curiosas
atracciones y puestos rarísimos: Un puesto que vendía pamelas de caramelo,
clavadas en palos, como si de una manzana de caramelo se tratase, decoradas con
unas redecillas de chocolate. Otro que vendía algodón de azúcar morado y otro
que vendía pañuelitos de hojaldre.
En
cuanto a las atracciones, habían muchas, pero hubieron cuatro que captaron
especialmente su atención: Una que simulaba uno de esos carritos trucados en
los que hay que disparar con una pistola de agua al interior de la boca de un
payaso, para hacer que un globo se hinche, hasta que este explota y ganar un
premio por tal logro. Pero en este caso no había payasos, ni pistolas, ni
globos convencionales. En lugar de la pistola se trataba de un extraño artilugio que tenía forma de ojo y este lloraba a presión hasta que el
chorro llegaba al interior de las bocas de unas cabezas de cera con forma de
hombres de edad avanzada, y el globo tenía forma de lápida que, al igual que la
atracción normal, se hinchaba y explotaba.
Otra de
estas atracciones era una pequeña cafetería, estilo anglo-parisina, con las
mesas de superficie acristalada y pie de hierro forjado, a juego con las
sillitas, decoradas con adorables tapetes y cojincillos. En la que se podía
tomar el té tranquilamente en teteras inglesas de porcelana china, acompañado
de pastitas con formas que evocaban la muerte, la viudead y diversos temas
relacionados.
Por otro lado, estaba la montaña rusa del lugar, que en lugar de bagonetes, lo que
había sobre los raíles de la atracción eran divanes de psicólogo. Y en medio de
todo el entramado de vías se alzaba un busto gigante de Sigmund Froid que
parpadeaba y mantenía la boca abierta, pues hacía las veces de túnel por donde
los divanes completaban el trayecto.
Por
último, y en el único sitio que se atrevió a subir, un majestuoso carrusel, con
columnas salomónicas, completamente forrado de pan de oro, corona iluminada por
bombillas esplendorosamente dispuestas y tronco interno del carrusel cubierto
de espejos, albergaba caballos de crines rizadas, carrozas de épocas pasadas y
tacitas a escala gigante. Todo ello envuelto en la más perfecta de las
armonías, que era acompañada por una hermosa melodía de carrusel que invitaba a
formar parte de lo que prometía ser un viaje conformado por una serie de
vueltas que no se olvidarían jamás.
Una vez
subida a un caballo blanco de riendas doradas y cuando creía estar flotando en
un mundo de ensueño, a la par que acariciaba la dura crin equina, observó su
reflejo en los múltiples espejos que forraban el tronco interno de la atracción.
Quedando horrorizada, al ver como, por cada espejo que avanzaba, su figura iba
convirtiéndose en una anciana decrepita, ataviada de negro. Fue cuando se dio
cuenta de que estaba siendo absorbida por el lugar en sí mismo, y, si no ponía
remedio, en breves instantes acabaría formando parte de aquel lugar, a primera
vista divertidamente encantador, siendo una viuda más. Atrapada en su propio
infierno.
En ese
instante se despertó. Recuerdo su frente perlada de sudor, su latir y
respiración entrecortados y su cara de alivio al comprobar que todo había sido
fruto de su mente. Le pregunte que qué
había sucedido y si estaba bien. Pero ella asintió con la cabeza y me saludó
amablemente sin decir nada más, hasta que me contó la historia días después.
Como
veis, a mí me suceden cosas verdaderamente insólitas... Es tan difícil ser
quien soy... Pero bueno. Os deseo a todos un feliz resto de semana santa. Que
sea lo menos santa posible, por favor. Y, sobre todo, felices pascuas, que es
el día más dulce de toda la semana. Comed huevos. Tanto de chocolate como de
carne. Ya me entendéis. Cuando comáis de los segundos, tened cuidado con el
escroto y respirad por la nariz. Besitos.
Moraleja
de hoy: "No arriesgues tu vida por algo material. Y menos si ese artículo
está rebajado"