¡¡¡HOLA, PUTAS!!! La reapertura de mi habitación está muy próxima. Espero que las zorritas estéis muy atentas, porque se avecinan cosas muy interesantes en la tercera temporada...
Mostrando entradas con la etiqueta parque de atracciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta parque de atracciones. Mostrar todas las entradas

viernes, 29 de marzo de 2013

Capítulo 14: Welcome to Widowland!


¡Madre mía, chicos! No sabéis lo que he tenido el disgusto de presenciar esta semana: Resulta que fuimos, Esther y yo, a unos grandes almacenes que estaban a punto de cerrar por haber entrado en quiebra "Por favor..., esto de la crisis es implacable. Sobre todo en países como el mío. Que parecen ser el cagadero de países con mayor capacidad de recuperación. Véase el caso de Alemania. Parece que todo el polvo que barre de su territorio nos lo manda cual tormenta. Más bien somos la alfombra en donde dichos países esconden su porquería, además de tener que cargar con la nuestra propia: Sobornos, estafas, nepotismo... Ahora que me lo replanteo... A mí no me afecta nada de eso ¿Por qué coño lo estoy reflexionando?" El caso es que tenían las puertas abiertas con un cartel de LIQUIDACIÓN TOTAL que atraía a la gente como moscas a la miel (Bueno... yo soy la abeja reina, no me puedo comparar con bichos de vertedero. Para eso está ya la gente de clase media, media-baja y pobre)

Nos costó entrar en aquel edificio atestado de gente ordinaria intentando saquear, de manera legal, el sitio en cuestión, pero con el tiempo fuimos avanzando. No había nada que pareciese de especial relevancia que se diga... Aquello parecía la planta de oportunidades de un tugurio comercial provinciano, alejado de la mano de cualquier dios que se dignara a tener un mínimo de sentido de la moda. Estuve a punto de agarrar a Esther de la mano y esprintar tanto como me fuese posible hacia el cartel de EXIT más cercano que mis ojos alcanzasen a encontrar.

Estuve un buen rato buscándola entre aquel montón de gente. Que volvía a dejarse llevar por sus instintos más primarios, defendiendo los artículos que lograban recopilar en sus carritos metálicos (la escena era digna de grabarse y verse luego en cámara lenta) De pronto, como si Moisés me poseyera, aquel mar de personas se abrió "El consolador que llevaba en el bolso debió actuar como el garrote que llevaba ese hombre desgreñado" Y allí estaba la chica desaparecida. Luchando con una mujer de mediana edad con tanto maquillaje encima que parecía que una integrante de una cutre comparsa caribeña multicolor le había explotado encima.

- ¡Que no. Yo las he encontrado antes!- Gritaba Esther, tirando de un par de zapatos Robert Clergerie, intentando atraerlos hacia sí.

- ¡Pero, ¿qué estás diciendo niña? Yo  he estado haciendo cola en la entrada desde las siete de la mañana. Si alguien tiene derecho a llevarse estos maravillosos zapatos esa soy yo!- concluyó la mujer, de manera tajante.

- ¡JA!- Esther se irguió como si de un tótem se tratase- Si fui capaz de decirle a una anciana en la cola del supermercado, que trataba de colarse con la típica excusa de vieja de que tenía las lentejas al fuego, que yo también tenía prisa porque me había dejado el skype abierto, ¿qué le hace pensar a usted que le cederé este par de joyas?- le desafió con voz firme, pero muy calmada, acompañada de una mirada penetrante "En comparación a la voz tan tensa y alta que mantenía hace un rato, esta parece que es la voz que se te queda cuando te han inyectado una buena dosis de morfina ¿qué le habrá pasado"- ...y, ahora...- continuó la chica con el tono convertido casi en un susurro, bajo la atenta mirada de los allí presentes- ¡DEMELOS SI NO QUIERE VER A UNA DAMA CONVERTIRSE EN LA BARRIOBAJERA MAS PUTA QUE PUEDE HABER EN ESTE MUNDO!- La frase, junto con la repentina y excesiva subida de tono, rompió con toda posibilidad de calma que hubiera podido haber en los minutos anteriores.

El bullicio que antes reinaba en aquel local, ahora se había convertido en un silencio absoluto, solo roto por un "uyyyy" de asombro, emitido por una vieja maruja que se refugiaba entre la expectante multitud. La tensión era tan grande que podía cortarse con un quita-cutículas.

De repente la mujer se llevó la mano al pecho y se tiró al suelo, retorciéndose de dolor, entre estridentes gritos que llamaron la atención de la seguridad y el personal del lugar "Si a esta vieja le da un yuyu aquí en medio, a la empresa le caerá un puro de los gordos"

A Esther se le notó la preocupación en el rostro y pareció olvidar la importancia de los zapatos, porque salió corriendo a asistir a  la señora. Dejó los zapatos a su lado , a la par que se agachaba para comprobar el estado de la afectada.

- ¡¿Está usted bien, señora?!- se la veía agitada, mientras apoyaba la cabeza de la mujer en su regazo y no dejaba de mirarla. Yo es que no salí al foco de atención porque, por muy amiga que sea Esther, no quería verme envuelta en semejante escándalo. Yo, sinceramente, habría aprovechado la oportunidad y habría salido corriendo con los zapatos. Ya les cargaría el muerto a los seguritas y dependientes de la tienda. Creo que ese es un gran punto débil de Esther.

La mujer, poco después de haber montado todo aquel circo, hizo un ademan de reincorporarse y se puso de rodillas en el suelo, llevándose la mano a la cabeza.

- Sí, sí... Gracias querida. Solo es un poco de mareo- decía con tono cansado.
En ese preciso instante y con la agilidad de una zorra, alargó la mano y agarró con fuerza los Rober Clergerie. Se levantó frente a la cara atónita de Esther y comenzó a correr en dirección a la caja.

- Jajajajajaja. Para puta ya estoy yo, querida. La experiencia es un grado. No pretendas hacer como que ya has andado el camino cuando yo he ido y he vuelto dos veces. Eres una cría, aún te queda mucho que aprender de la vida- Sonaba la voz cada vez más lejos del asombrado núcleo, en el que había transcurrido la fingida desgracia de una aficionada a la interpretación muy profesional.

Esther se quedo en el suelo, sentada sobre sus propias piernas, unos segundos hasta que fue capaz de reaccionar. Durante ese lapsus de tiempo en el que su cerebro trataba de asimilar qué diantres había pasado, yo me acerqué, luego le di la mano y le ayudé a levantarse. Tanto la gente como ella misma no daba crédito a lo sucedido.

- Te lo he dicho muchas veces, ¿lo ves?- pregunté retóricamente- No se puede confiar en la gente. Y menos en los que parecen indefensos- me acerqué al oído- Esos son los peores- susurré mientras me reía.
Sin decir nada, Esther salió escopeteada tras la actriz. Lo cual me obligó a seguirla lo más rápido que me fue posible.

Una vez en la calle, Esther seguía como loca, farfullando cosas que no lograba entender. Estaba tan ensimismada con el pensamiento de encontrarse con la señora, darle una hostia bien dada y recuperar los zapatos que no vio el color rojo del semáforo y saltó a la carretera cual fiera avistando a su presa. Pero, por desgracia, no pudo seguir su camino. Pues un coche, elegantemente blanco se abalanzó sobre ella sin poder evitarlo y colisionó la fría y dura carrocería con el endeble y mullido cuerpo de la muchacha. Esta irremediablemente calló hacia atrás, golpeándose fuertemente la cabeza contra el asfalto, convirtiéndome en una mera espectadora del horroroso acontecimiento, impotente, sin tener tiempo para hacer nada. Al menos tengo la certeza de que, tanto la mochila, como su culo pan-bollo sirvieron de amortiguadores, evitando que el accidente fuese mucho más grave.

Fue algo muy espectacular que los transeúntes quisieron curiosear, al igual que la gran masa de clientes que comenzaba a salir del establecimiento en el que nos encontrábamos. Pronto la calle se llenó de curiosos, técnicos sanitarios y policías; junto con la estridente música proveniente de sus respectivas sirenas: coches oficiales y ambulancias.

Esther permaneció inconsciente tres horas, la conductora del vehículo intentaba explicarse, pero no era necesario ya que contaba con múltiples testigos que sabían que ella no tenía culpa alguna, y la zorrona actrizucha se había esfumado. Nadie supo nada más de ella.

Aquí tengo un video que salió en los informativos, grabado con un dispositivo móvil por un pringado que grababa a sus dos mocosos haciendo gilipolleces en el parque y que tuvo la suerte de inmortalizar tal tragedia. Luego me lo facilitó y yo lo he editado con música de tensión para que os metáis en situación. Aquí lo tenéis:

Tras una temporada en el hospital, realizándole chequeos y manteniéndola en observación, se dictaminó que lo único que tenía era una contusión craneal leve. El médico nos dijo, cuando se disponía a firmar el alta, que para haber sido un golpe, aparentemente, tan fuerte, las lesiones habían sido mínimas. Después de todo, la situación no acabó del todo bien, puesto que la jodida mujer se llevó consigo el tan preciado par de zapatos, pero teniendo en cuenta que podía acabar peor, podemos respirar satisfechas de no haber perdido algo más valioso que unos cutres Robert Clergerie pasados de temporada. "Si hubiera muerto o entrado en coma por esos zapatos tan horribles, habría hecho la Ouija, la invocaría y sería yo quien la torturaría hasta el fin de mis días"

Pero todo esto viene porque unos días después de todo este berenjenal, La chica me contó un sueño muy extraño que había tenido durante sus tres horas de inconsciencia:

Resulta que, cuando se quiso dar cuenta, se encontraba en una especie de limbo blanquecino y neblinoso. Como flotando en la nada, ya que no percibía límites espaciales de ningún tipo: ni suelo, ni techo, ni siquiera un simple paisaje, ya fuera reconocible o no. Tan solo se encontraba ella, sin más.




- ¡¿Hola?!- gritó en medio del vacío, obteniendo el rebotar de su propia voz como respuesta. Pues aquel parecía ser el infinito, en el que el eco campaba a sus anchas.

Como único recurso disponible comenzó a caminar, sin rumbo fijado, en línea recta. Oyéndose solo sus pasos, con el eco persiguiéndole. Parecía caminar sobre el vacío, pero lo cierto es que, me contó, que sonaba como si pisase tierra, hojas y ramas. Era como estar perdida en un bosque invisible.

De pronto, el silencio absoluto se vio interrumpido por un llanto femenino que destilaba angustia a raudales. La chica, asustada, se volvió a su espalda: ¡NADA! Aquello parecía un thriller de bajo presupuesto, que
solo transmitirán por televisión un domingo por la tarde. Pero, cuando volvió a situarse de forma que le permitía reanudar su incierto bagaje, una figura negra se coló en su campo de visión. Ella sintió ser invadida por un tenue temor, pero, al fin y al cabo, era una forma antropomorfa; así que corrió hacia ella. Resultó ser una dama de aspecto antiguo, que portaba un vestido, pamela, velo y guantes negros, con cuello alto decorado con un relicario muy barroco, que contenía la fotografía de un señor, en color sepia. Se notaba que pertenecía a la antigua clase alta por la calidad de los textiles y las joyas que mostraba. Con la mano derecha agarraba un pañuelo blanco, de tela bordada, con el que trataba de enjugar el interminable rio lacrimógeno que descendía mejillas abajo.

- Hola, ¿puede ayudarme, por favor?- Preguntó Esther desesperada. Pero, la mujer seguía sollozando sin aminorar el paso. Como si no fuese capaz de notar la presencia de la muchacha. Resignada, la chica se limitó a seguirla.

Un poco más adelante la niebla ya dejaba ver, por fin, algo; y además a los oídos de Esther llegaba una agradable música de feria. Al acercarse más ya pudo ver con más claridad una gran muralla, conformada por interminables filas de cipreses, que custodiaban un extraño espacio. La música se hacía cada vez más y más intensa. Hasta que la muralla de cipreses se cortó, para dar lugar a una gran puerta de hierro forjado negro, con un letrero, semicircunferente, típico de las entradas de los antiguos cementerios. Dentro de la semicircunferencia se podía leer claramente, también en letras ferreas: "Welcome to Widowland"


Al entrar, Esther se sorprendió. Pues no era más que un parque temático, en medio de aquel limbo infinito, pensado exclusivamente para viudas. En el que todo resultaba extremadamente extraño: vio a la mujer a la que había seguido hasta el lugar, desprenderse de su relicario y entregarlo en lo que parecía la taquilla de las entradas de un teatro del siglo XIX. A cambio de este, una mano le alargó un boleto, y la mujer siguió su camino, perdiéndose en lo que ahora era una niebla muy suave. Nada que ver con lo tupido de la atmósfera que se encontraba de murallas para afuera.

Esther se acercó a la taquilla. Una mano salió de la ventanilla y, en posición de pedida, le rogaba que depositara algo en ella. Por más que miraba, la muchacha era incapaz de ver qué había al otro lado del cristal. Buscó en su mochila y, sorprendentemente, encontró un relicario parecido al que tenía aquella señora. No le tenía apego ninguno, así que lo depositó sobre la palma de la mano y esta se introdujo nuevamente por el agujero del que había salido. No tardo más de dos segundos en salir, pero esta vez con un boleto como el que le había expedido a la otra visitante. Esther lo tomó y la mano se introdujo, ya sin salir nunca más.

Al seguir adelante con el boleto en la mano, pudo ver muchas curiosas atracciones y puestos rarísimos: Un puesto que vendía pamelas de caramelo, clavadas en palos, como si de una manzana de caramelo se tratase, decoradas con unas redecillas de chocolate. Otro que vendía algodón de azúcar morado y otro que vendía pañuelitos de hojaldre.

En cuanto a las atracciones, habían muchas, pero hubieron cuatro que captaron especialmente su atención: Una que simulaba uno de esos carritos trucados en los que hay que disparar con una pistola de agua al interior de la boca de un payaso, para hacer que un globo se hinche, hasta que este explota y ganar un premio por tal logro. Pero en este caso no había payasos, ni pistolas, ni globos convencionales. En lugar de la pistola se trataba de un extraño artilugio que tenía forma de ojo y este lloraba a presión hasta que el chorro llegaba al interior de las bocas de unas cabezas de cera con forma de hombres de edad avanzada, y el globo tenía forma de lápida que, al igual que la atracción normal, se hinchaba y explotaba.

Otra de estas atracciones era una pequeña cafetería, estilo anglo-parisina, con las mesas de superficie acristalada y pie de hierro forjado, a juego con las sillitas, decoradas con adorables tapetes y cojincillos. En la que se podía tomar el té tranquilamente en teteras inglesas de porcelana china, acompañado de pastitas con formas que evocaban la muerte, la viudead y diversos temas relacionados.  
                     


Por otro lado, estaba la montaña rusa del lugar, que en lugar de bagonetes, lo que había sobre los raíles de la atracción eran divanes de psicólogo. Y en medio de todo el entramado de vías se alzaba un busto gigante de Sigmund Froid que parpadeaba y mantenía la boca abierta, pues hacía las veces de túnel por donde los divanes completaban el trayecto.

Por último, y en el único sitio que se atrevió a subir, un majestuoso carrusel, con columnas salomónicas, completamente forrado de pan de oro, corona iluminada por bombillas esplendorosamente dispuestas y tronco interno del carrusel cubierto de espejos, albergaba caballos de crines rizadas, carrozas de épocas pasadas y tacitas a escala gigante. Todo ello envuelto en la más perfecta de las armonías, que era acompañada por una hermosa melodía de carrusel que invitaba a formar parte de lo que prometía ser un viaje conformado por una serie de vueltas que no se olvidarían jamás.


Una vez subida a un caballo blanco de riendas doradas y cuando creía estar flotando en un mundo de ensueño, a la par que acariciaba la dura crin equina, observó su reflejo en los múltiples espejos que forraban el tronco interno de la atracción. Quedando horrorizada, al ver como, por cada espejo que avanzaba, su figura iba convirtiéndose en una anciana decrepita, ataviada de negro. Fue cuando se dio cuenta de que estaba siendo absorbida por el lugar en sí mismo, y, si no ponía remedio, en breves instantes acabaría formando parte de aquel lugar, a primera vista divertidamente encantador, siendo una viuda más. Atrapada en su propio infierno.

En ese instante se despertó. Recuerdo su frente perlada de sudor, su latir y respiración entrecortados y su cara de alivio al comprobar que todo había sido fruto de su mente. Le pregunte que    qué había sucedido y si estaba bien. Pero ella asintió con la cabeza y me saludó amablemente sin decir nada más, hasta que me contó la historia días después.

Como veis, a mí me suceden cosas verdaderamente insólitas... Es tan difícil ser quien soy... Pero bueno. Os deseo a todos un feliz resto de semana santa. Que sea lo menos santa posible, por favor. Y, sobre todo, felices pascuas, que es el día más dulce de toda la semana. Comed huevos. Tanto de chocolate como de carne. Ya me entendéis. Cuando comáis de los segundos, tened cuidado con el escroto y respirad por la nariz. Besitos.

Moraleja de hoy: "No arriesgues tu vida por algo material. Y menos si ese artículo está rebajado"