Disculpad mi desaparición repentina; pero es que estoy de viaje.
Resulta que descubrí que otro de mis amigos cumplía años el veintidós de octubre. “Jo... Si es que parece que todas las parejas se ponen de acuerdo para fornicar por las mismas fechas. De ahora en adelante, consideraré febrero y marzo como la época de apareamiento humano. Las olimpiadas sexuales”
Perezosamente agarré el teléfono y con mala gana fui dejando caer mi dedo índice sobre los diferentes agujeros de los números que deseaba marcar, y desplazando muy lentamente la ruedecita del teléfono mientras sostenía, con la otra mano y ayuda del hombro, el auricular. Esperé un segundo y comenzó a emitirse la señal. Resonando, de pronto, un fugaz ruido metálico inmediatamente seguido de una voz proveniente del otro lado del hilo:
- ¿Diga?
- ¡¡¡FELICIDADES JUANMAAA!!!- respondí con voz entusiasta.
Se trataba de un chico extremadamente espontáneo y muy divertido. Quizás sea, además de Dimas, la persona con la que más me alegra seguir en contacto tras la despedida de Hideki.
- Gracias Heather- rió
Parecía algo cansado; por lo que estuve a punto de preguntarle qué le sucedía. Pero en lugar de ello dije:
- Venga; prepárate, porque mi regalo de cumple será una excursión a la tienda de comics más grande de la ciudad.
- ¡GENIAL!- gritó, mientras yo me apartaba el auricular del oído, a la par que arrugaba mi perfecto rostro de manera inconsciente.
Sabía que esa idea le encantaría. Después de todo, le conocí en uno de esos eventos de animación japonesa con nombre de parte de camisa. “Que originalidad”.
Por mi misma no habría ido ni aunque me prometiesen todos los perfumes de Cacharel desde su creación hasta la actualidad. No me gustaban para nada esos dibujos ojigrandes y poco realistas. Pero a Hideki le vuelven loco; y por esa época aún no era capaz de hacer nada sin él. Así que, quisiera o no, me veía arrastrada a esos lugares infestados de frikis a más no poder. Disfrazados de ridículos personajes. Y, además, son tan poco originales que, por lo poco que me he informado, han de disfrazarse de personajes referentes a series extremadamente comerciales para aquellos que entienden del tema. No son capaces de vestirse de otros. Por lo que al ir a esos sitios se ven innumerables clones de un mismo monigote. Sintiéndose maravillosamente bien haciendo una cutre imitación del personaje en cuestión. “Dios… menuda vergüenza ajena pasaba esos días”.
Recuerdo una vez en concreto, precisamente él día que conocí a este chico, en la que me avergoncé tanto de estar allí en medio, que me arrimé lentamente al rincón más apartado de la zona. Junto al puesto de bebidas.
Pedí una Coca-cola Light. Pero como el “barman” me vio con cara de que, tras ese pequeño capricho refrescante, cometería un suicidio sin contemplaciones, extendió la mano, ofreciéndome, a escondidas, una botella de sake. Nunca lo había probado antes; de todos modos no suelo beber. Ya que es malísimo para la piel. Pero la situación lo requería, debido al alto grado de desesperación en el que me encontraba en aquel momento. Así que acepté la botella; pero antes de soltarla, el chico se puso su dedo índice en los labios como señal de que lo guardase en secreto. Pues las bebidas alcohólicas era algo que no estaba permitido en el evento. Por lo que debía ser discreta. Luego me explicó que se trataba de una bebida hecha a base de arroz fermentado. Así que, no sé por qué, pensé que no debía de ser tan fuerte. Por lo que no se subiría tan rápido como podría hacerlo cualquier otra bebida que contuviese alcohol.
Miré la botella y, de un trago, me tomé la mayoría del contenido. El chico abrió los ojos tanto que parecía que los globos oculares se le saldrían de un momento a otro; y con un gesto rápido intentó detenerme, sustrayéndome la botella. Pero ya era demasiado tarde. Porque tras una ráfaga de violentos ataques de tos, debido a la fuerza del alcohol, la bebida ya había hecho mella en mí. Y recuerdo, de una manera muy lejana, que me subí al escenario como pude, portando sobre la cabeza un bote de ramen vacío que previamente había sacado de la basura (mi pelo acabo oliendo a ternera y hecho un auténtico estropicio) y un mantel desechable a modo de capa. Cogí decididamente el micro y comencé a cantar, combinándolo con movimientos ridículos que, gracias a la borrachera, no puedo recordar con exactitud. La gente se arremolinó cubriendo el perímetro del escenario, atraídos por mi voz desafinadamente relajada, mientras se reían y me animaban a seguir. Luego me detuve unos segundos, y me desplomé súbitamente sobre la superficie enmoquetada.
Lo próximo que recuerdo es estar en un cuarto que tenía pinta de ser un almacén. Me hallaba tirada en el suelo polvoriento, rodeada de cajas y objetos irreconocibles, por el embalaje que les envolvía. Y un chico de complexión ancha, estatura media-baja, con gafas, intentando que recuperase la consciencia.
- ¡¿Estas bien?! oye…- decía con una tonalidad cargada de preocupación.
Su cara fue cobrando nitidez poco a poco. Dejando atrás la espesa bruma que me hacía ver su rostro como algo amorfo, completamente difuminado. Quedando ante mí el chico, disfrazado, con peluca rosácea, coronada con una diadema con orejitas de conejo, trajecito de princesa del mismo color que la peluca y una serie de accesorios que, a pesar de ser de valor joyeril cuestionable, le sentaban con mucho estilo.
- Sí…eso parece- decía con voz débil y molesta. Llevándome la mano derecha a la cabeza; pues la tenía tremendamente zumbada- ¿Cómo he llegado hasta aquí?.
- En cuanto quedaste inconsciente, la gente empezó a perder el control. Yo me subí al escenario y te cargué en brazos. Como conozco al encargado le pedí que abriese el almacén para estar lejos del bullicio de ahí fuera, para que te recuperases mejor. Has tardado una hora, y poco más en recuperar la consciencia. ¿Se puede saber que has tomado?.
- …s… solo un poco de sake…- hablaba entrecortadamente por el fuerte dolor de cabeza que tenía.
- Un poco. Sí, ya…- dijo con incredulidad.
- No grites, por favor. La cabeza me va a estallar.
Tras esto, hice un pequeño esfuerzo por levantarme, muy mareada. Pero enseguida sentí como algo me tiraba del estomago hacia arriba. Y el esófago se me dilataba de una manera casi automática.
Intenté llevarme la mano a la boca, para retener el vomito que parecía querer salir a toda costa de mi interior; pero ya era demasiado tarde. La sensación pudo más que yo, y vomité encima del traje del pobre chico.
- Lo… lo siento. Yo…- decía avergonzada-…yo puedo arreglarlo. ¿Cuánto quieres?- metí la mano en el bolso, en busca de la cartera.
- ¡Uuuf!... No pasa nada…- dijo con cara de enfado contenido mezclado con resignación.
- No sé que me ha pasado…
- A juzgar por el olor del que se ha quedado impregnado mi disfraz, yo diría que te has tragado una buena cantidad de sake. Eso explica que estuvieras montando aquel follón ahí fuera.
- ¡Oh…no… ¿Fue mucho?!- preguntaba alterada dentro de los marcos que el dolor de cabeza me permitía. Mientras el chico me miraba con una cara que reflejaba la increíble incredulidad que intentaba suavizar.
- Venga ya… Yo creo que esto saldrá en todos los medios de comunicación. Mañana, en lugar de dedicar un espacio al reportaje referente al salón, dedicarán el doble a ti y tu momento en el estrellato como cantante algo pasada alcohólicamente ablando- rió- es lo que a la prensa le interesa. Y, ¿para qué engañarnos? Al público en general.
- Vale, vale. Vaya ánimos… deberías ser psicólogo ¿sabes?- aclare con un deje sarcástico.
Levantándome, con su ayuda, tras haber desechado parte de la sustancia, le di la mano a modo de saludo. La situación no daba paso a un mínimo comportamiento cortés y no habíamos podio presentarnos. Además, la cosa no estaba como para darle un beso. Pues, apuesto a que mi aliento olía a un desagradable O’ de bilis.
- Gracias por todo. Me llamo Heather.
- Yo me llamo Juanma. Pero hoy soy Usagi princess.
Lo miré con algo de desprecio imperceptible; resultaba ser un friki más de los que se acumulaban de puertas para afuera, una vez saliéramos del almacén. Pero ante todo, me había ayudado. Así que, de una forma u otra, me encontraba en deuda con él.
- Vaya… em… ahora que me fijo, sí que es un bonito vestido.
- ¿A que sí? Lo he hecho yo mismo, remodelando un antiguo vestido de princesa- la cara se le iluminaba al hablar- Este personaje es exclusivamente mío. De mi propia creación- anunció orgulloso.
“Era como una versión travestidamente pedófila de las chicas de portada Playboy”
- ¡Uuuh!- emití falsa sorpresa- es… Eso resulta fascinante- esbocé una sonrisa prehistórica.
Después de aquello, salimos a escondidas, camino hacia los baños del establecimiento. Procurando que no nos viesen: yo, para evitar que la gente me preguntase y me viese con la mala cara que llevaba. Y así evitar quedar como la borracha del salón para la posteridad, convirtiéndome así en una leyenda urbana que se contarían los futuros predecesores de los frikis actuales. Y Juanma, para ocultar la mancha que mis jugos gastricos le habían dejado en el vestido.
Llegar hasta nuestro destino fue toda una odisea. Ocultándonos y yendo con precaución. Los baños no parecían surgir nunca ante nosotros. Se encontraban extremadamente lejos desde el epicentro de la actividad pseudosnipona. “Como para que a alguien le entrase un apretón y no llegara a tiempo…” en cierto modo fue lo que esperé que sucediera. Ya que sería lo único que eclipsaría mi actuación ridícula. Siendo reemplazada, y cayendo en el más absoluto de los olvidos. Pero no. No sucedió.
Al llegar, tratamos de limpiar el vestido de Juanma, y disimular el olor del que había quedado impregnado. Luego, me lavé la cara. Tras esto me maquillé un poco y me retoqué el cabello. “siempre llevo mi set de maquillaje en el bolso. Es un consejo que doy. Una nunca sabe a que imprevistos se ha de enfrentar, y mantener una imagen siempre inmaculadamente perfecta requiere de continuos retoquitos”
De esa manera tan desastrosa, fue como conocí a ese niño tan cómico. ¿Quién me iba a decir a mí que me amigaría con un miembro de la especie fricosa que tanto trataba de evitar, y que tantos años después sigamos estando tan unidos. Hay que ver como vuela el tiempo”
Pasé a por Juanma, en la limusina y nos dirigimos a la tienda de comics americanos, manga y anime más grande de toda la ciudad. Y mientras él era literalmente absorbido por esos dibujos tramados en blanco y negro, yo pululaba por ahí sin enterarme de nada. Observando al prototipo de persona que solía frecuentar esos lugares: sexo varón, la mayoría, gordos, granudo, con gafas, pelo largo, con las puntas florecidas y una cantidad ingente de grasa capilar sobre su diminuto cuero cabelludo. Me dio la impresión de que esta gente no hace más que pasarse días y días encerrados en su habitación, comiendo sin parar, con un nivel de higiene ínfimo y leyendo comics a la vez que tienen reproduciendo algún capitulo de alguna serie anime. Me imagino que sus habitaciones serán una especie de maqueta de vertedero. “Oh… por favor… salvadme”
Mientras me encontraba en medio de una serie de pensamientos ligeramente grotescos con relación a los clientes de la tienda, sentí unos golpecitos en mi hombro izquierdo. Al volverme encontré a Juanma de pie, junto a mí, con una cara que transmitía tanto brillo de felicidad, que inconscientemente fruncí el ceño.
- ¡¡¡MIRAAA!!!- me pegó tanto el comic a la cara que llego hasta mi el delicioso olor a nuevo- he conseguido el tomo dos mil cuatrocientos noventa de Sakura card captor y un poster magnífico de sailor Venus, edición limitada. ¡SOY FELIZ!- concluyó.
El manga, al igual que el anime, me resultaba pesado precisamente porque los tomos tomos y episodios, respectivamente, son interminables. Y no porque cada capítulo tenga un argumento interesantísimo e imprescindible para el desarrollo de la historia, sino porque ocurre exactamente lo contrario. Están plagados de material de relleno que no tienen nada que ver con el hilo argumental clave. Además. Hay que añadir que estas series y tomos los forman dibujos que distan mucho de lo que pueda asemejarse a un ser humano normal: Sus expresiones, actos, comportamientos y posturas no son humanos. Simplemente estúpidos. Quieren introducir tanta comedia, que lo joden.
- Vaya que bien. Has tenido mucha suerte- dije de manera que no se notase mi extrema falta de interés.
Cuando acompañé al chico a pagar los artículos adquiridos, que pretendía pagar yo a modo de regalo de cumpleaños, pude ver un cartel pegado en el mostrador que ponía:
A mí no me resultaba atractivo, pero era el cumpleaños de Juanma, y él adora el manga y ese país en su conjunto.
- Oye Juanma…- dije sin apartar la mirada del dependiente. Que se encontraba al otro lado del mostrador.
- Dime- contestó con voz aún eufórica, con los ojos clavados en el poster de la tipa esa.
- Espérame un momento aquí. ¿Sí?
Tras esto me dirigí hacia el mostrador. Pero el hombre salió de detrás de la mesita de madera y se dispuso a ir hacia la trastienda. Por lo que me obligó a cambiar mi rumbo. Siguiéndole hasta introducirme, detrás de él, en la zona restringida.
- Hola- mi voz sonó muy descarada, ahora que lo pienso.
- ¿Qué haces aquí? ¿No sabes leer?- parecía haberle afectado más de lo normal. Ni que escondiese allí un cadáver- el rótulo de la puerta dice claramente: solo personal.
Ignoré sus palabras y proseguí:
- Me he fijado en que estáis sorteando un viaje a Japón… Bueno no voy a entrar en detalles. Porque ya sabes a que me estoy refiriendo. Parece ser un acontecimiento muy popular, a juzgar por los chillidos que produce la gente de ahí fuera- y era verdad. Al entrar en la tienda, nos habíamos fijado en la gran marabunta que esperaba sin comprar nada. Y nos preguntábamos qué era lo que aguardaban- El caso es que yo quiero resultar ganadora por encima de todo. Y me he dado cuenta de que aún no ha empezado- dije fijando mis oscuras pupilas en la caja de bolas.
- Así es- ya parecía acostumbrado a mi presencia en el lugar. Debió de darse cuenta, por mi desparpajo, que, por mucho que insistiese, no tenía la intención de marcharme de allí sin haber logrado mi objetivo- la rifa consiste en que cada participante debe comprar un boleto de estos- me enseñó un carrete de boletos separados por microcortes, de color naranja, con el logo de la tienda- cada uno de los boletos otorga al participante a introducir la mano una vez, sacando una bola. Así pues, cuantos más boletos se compren, más veces se podrá introducir la mano. Y por tanto, mayor es la probabilidad de ganar.
- Comprendo…- dije con voz tramadora. Y me dirigí hacia la mesa en la que reposaba la tentadora caja. Cuando llegué a su altura, me apoyé en ella suavemente, mientras la usaba para producir ruiditos con la punta de los dedos, y proseguí- ¿No…existe la posibilidad de llegar a un acuerdo en cuanto al premio? Supongamos que yo soy la primera de la fila de participantes. Y, por casualidad,- aquí me permití especial énfasis- consigo extraer la, tan codiciada, bola dorada- le guiñé el ojo.
- Señorita. ¿Usted está intentando sobornarme?
- No, no, no- me di prisa en contestar. Pero sin perder el descaro y la tranquilidad de mi voz- No me ofendas, por favor. Consideremos que es solo una reventa de pasajes, con un sugerente interés añadido. Con esta oferta conseguirás aún más beneficios que con la simple venta de boletos No la puedes rechazar. ¿No te parece?
Mientras decía esto busqué en mi bolso la cartera. Y saqué de ella cuatro relucientes billetes de quinientos euros y dos de cien. Abanicándome con ellos posteriormente.
- Vaya. ¿No hace calor aquí?- me regodeé
Como era de esperar, el vendedor fijó, inmediatamente, la vista en los billetes “el dinero lo consigue todo”. Sonrió ampliamente, pero, tan pronto como había aparecido la sonrisa desapareció de su granudo rostro.
- Esto tiene que tener algún truco-analizó la situación- una chica tan joven no puede llevar tanto dinero en efectivo en el bolso. ¿Cuantos años tienes?, ¿veintitrés, Veinticinco? Y por otra parte, nadie da tanto dinero, empeñándose en ganar un sorteo de una tienda normal y corriente- dudó.
- Primero; ¿por qué te tengo que dar explicaciones yo a ti de cuanto dinero tengo en mi poder? Segundo; a una dama no se le pregunta la edad. Es muy descortés por tu parte. Además de que no pienso contestar. Y tercero; si no lo quieres demuestras ser un necio.
Me dispuse a irme. Pero el me detuvo. “Ya lo tenia todo previsto. La psicología inversa siempre funciona”.
- Sin embargo, no he dicho que no lo quisiera- dijo mientras yo me volvía hacia él- Pero, por curiosidad, ¿Por qué alguien tan rico tiene que sobornar a un humilde vendedor de comics, si puedes ir por ti misma a comprar los billetes de avión?
- La respuesta es simple: Porque la persona a la que se los quiero regalar cumple hoy años, y no aceptaría que se los comprase directamente. Pero si los “gano” en un sorteo, no podrá negarse. A mí no es que me haga gracia viajar a ese país… Pero como a él sí, pues hago todo esto.
Sin decir nada más, se dirigió a la caja y saco todas las bolas negras que, simbolizaban la perdida de la oportunidad comprada. Y dejó solamente la bola dorada en su interior.
Me acerqué a él y le di los billetes.
- Salís hacia Japón, esta noche en el vuelo de las diez. Toma- me dio un boleto- Si no tienes ninguno podrían sospechar. Los billetes de avión te los daré en cuanto saques la bola, ante todo el mundo. Cuanto más real, menos se fijará la gente.
Tras este pequeño arreglo por mi parte, el chico cargo la caja en brazos y salimos a la parte delantera de la tienda. La gente ya hacía cola. Y yo me acerqué a Juanma.
- ¿Dónde has estado? ¿Por qué te metiste ahí dentro?- decía extrañado.
- Tranquilo solo fui a comprar un boleto- dije enseñándoselo.
- ¿Boleto?
- Sí. Fíjate en el cartel. Hoy hay un sorteo. Y si ganamos nos iremos a Japón
- ¡Buah! Pero en eso nunca se gana.
Me reí, cogí a Juanma de la muñeca y nos colocamos los primeros de la fila.
- ¡ATENCIÓN!- gritó el vendedor- da comienzo el sorteo.
Juanma intentó decirme algo pero le mandé guardar silencio porque el dependiente me había ofrecido meter la mano en la caja tras haberle mostrado el boleto.
Para sorpresa de todos elevé la bola dorada. Para que todos pudieran verla. Mientras Juanma decía, entre murmuyos de gente que decían que la rifa estaba amañada:
- ¡HAS GANADOOO!. ¡NO ME LO PUEDO CREER!. ¡DE VERDAD NOS VAMOS A JAPÓN!
A las 21:35 ya estábamos pasando el control del aeropuerto, con todas las maletas ya facturadas. Hacia la puerta de embarque. Tuve algunos problemas con la hebilla del cinturón de D&G. Pero no hubo mayor complicación.
En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en los asientos correspondientes. Y pocos minutos después. Sentimos despegar el gran pájaro metálico.
- ¡ALLÁ VAMOOOS!- Gritamos los dos.
A pesar de no ser un destino que me entusiasmara, no se porqué. Pero me invadió una emoción extraña. Ahí estábamos. Rumbo a la tierra del sol naciente.
Perdonad chicos, pero aún me quedan unos días en tierra nipona y estoy usando un ordenador del hotel. En cuanto llegue a casa os contaré el desenlace. Hasta entonces… ¡Sayonara!.
La Moraleja de hoy es: “A veces una pequeña mala acción procura la felicidad de varias personas”
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